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Promesa Incumplida

Historia por Fernando Cruz

Los jinetes esperan su turno para salir al ruedo. Raúl Borges, junto con otros ocho hombres, entrará montando su caballo en el rodeo de Tunkás. Raúl monta al “Bandido”. Los jóvenes ingresan a gran velocidad y comienzan a dar vueltas sobre la circunferencia de la plaza. Intentan lazar un toro de más de 500 kilos.

Raúl goza de prestigio entre los tunkaseños, quizá porque es bueno para montar caballos, trabaja en la alcaldía municipal y ya ha formado una familia, a su corta edad.

A Raúl le va bien en el rodeo, pero el siguiente año quizá no asista. Es posible que él emigre a Estados Unidos y deje atrás a su familia, a su pueblo y a su hijo. Se irá con la promesa de volver pronto, la misma promesa que le hizo su padre cuando se fue hace 17 años. Tal vez, al igual que su padre, jamás la cumpla. Su hijo y esposa se quedarán a esperarlo. Él viajará hacia el Norte en busca de mejores oportunidades.

Raúl forma parte de la generación de jóvenes de Tunkás, quienes crecieron en los años noventa con la ausencia de alguno o ambos padres debido a la alta migración a Estados Unidos. “Yo no crecí con mi papá”, dice Raúl. “Siempre me hablaba por teléfono… no es lo mismo crecer solo que con tu papá”.

Producido por Drew Gaines
Esta historia narra la vida de Raúl Borges y Lourdes Barroso, una pareja joven oriunda del pequeño pueblo de Tunkás, ubicado en la península de Yucatán.

A la edad de 16 años, Lourdes dio a luz a su hijo, Raúl, a quien le llaman “Raulito” de cariño. Desde entonces, puso en marcha la lucha por la prosperidad de una familia en un lugar donde los empleos son pocos y los salarios son reducidos. Al igual que muchas personas de Tunkás, Raúl se ve obligado a trabajar fuera de su ciudad natal. Él viaja semanalmente hacia el centro turístico de Playa del Carmen, en el vecino estado de Quintana Roo, donde miles de personas como él forman la invisible columna vertebral de la fuerza laboral de la ciudad.

La familia pasa la mayor parte de su tiempo separados. Lourdes se afana con las exigencias de la maternidad, mientras Raúl cada semana migra para proveer las necesidades básicas de ella y su hijo. Ambos padres aspiran a un futuro diferente para la familia. Raúl quiere permanecer en Tunkás, donde es muy conocido en la comunidad; Lourdes, por su parte, imagina una vida en la ciudad, donde las oportunidades de trabajo y educación son mucho mejores. Su conflicto se agrava por el miedo de Lourdes a que Raúl los deje un día para nunca volver, así como el padre de Raúl lo hizo hace 17 años. Su futuro incierto es producto de la vida en ciudades como Tunkás, donde la falta de trabajo obliga a las familias a tomar estas difíciles decisiones y vivir de manera separada.

Raúl tiene 21 años. Es un hombre de mediana estatura, su piel es clara igual que sus ojos. Tiene un semblante pacífico. Hace dos años, se casó con Lourdes Barroso, de 17; al año siguiente nació Raúl Alejandro, a quien le llaman Raulito de cariño

Tunkás significa “el cerco de piedras” en lengua maya. Es una población de casi 3 mil 500 habitantes en el estado de Yucatán; se encuentra a dos horas de Mérida, la capital del estado. Es un municipio poco transitado, las calles angostas lucen semivacías la mayor parte del tiempo, y cómo no habrían de estarlo, si para el año 2008 tres cuartas partes de la población de Tunkás había migrado, según el Dr. Pedro Lewin-Fischer, experto en estudios de migración del Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Gran porcentaje de las casas son de cemento y piedra; fueron construidas con las remesas que envían los migrantes. Se asemejan a las construcciones tradicionales mayas aunque con materiales modernos. Casi todas son iguales: sobresale una gran habitación, en la que se colocan las hamacas de los miembros de la familia, quienes las usan para dormir y refrescarse del calor; por lo regular, es posible ver al interior de las viviendas porque, debido al clima húmedo en casi todo el año, los habitantes mantienen puertas y ventanas abiertas.

Adentro de las casas es común ver pequeños altares, en ellos hay santos y vírgenes; en ese mismo espacio también hay muchas fotos de los miembros de la familia que emigraron y no han vuelto.

Fotos por Melissa Durán
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El padre de Raúl, Don Raúl Santiago, trabajaba en un rancho cerca de Tunkás. Aunque su actividad era relativamente estable, él no sabía si al morir el dueño del rancho conservaría su trabajo. En 1999 se marchó a Los Ángeles a buscar un nuevo empleo. Prometió que pronto regresaría a Tunkás. Durante los siguientes 17 años, Raúl Santiago nunca regresó. .

La esposa de Don Raúl Santiago, Doña Sonia, se quedó a cargo de la casa a los 25 años. Con el dinero que recibía, podía enviar a sus hijos Raúl y Sonia a la escuela, alimentarlos, vestirlos, pagar las cuentas de luz y agua, además de solventar algunos imprevistos. “Me acostumbré a estar sola con ellos”, dice Doña Sonia. “Nunca tuve problemas con ellos; sabían que tenían que estudiar… ir a la escuela”.

Raúl creció con su madre y hermana, con ellas desarrolló una personalidad fuerte y sensible. Durante la adolescencia, la relación con su madre se deterioró y empezó a desobedecerla. Este tipo de tensión, afirma el Dr. Lewin-Fischer, es muy común entre los niños de las familias que son separados por la migración.

Al terminar el bachillerato, Raúl obtuvo un trabajo en el ayuntamiento. Tenía 19 años y se hizo novio de Lourdes, quien estaba a punto de cumplir los 15. En tres meses, ella se embarazó y comenzaron a vivir juntos. Un año después de iniciado su noviazgo tuvieron a su hijo, Raulito.

En 1999 se marchó a Los Ángeles a buscar un nuevo empleo con la promesa de volver pronto. Durante los siguientes 17 años, Raúl Santiago nunca regresó.

Lourdes es morena, de cabello largo. Tiene una voz grave, aún conserva rasgos de niña en su rostro. Estudia el tercer año de bachillerato y es responsable de un bebé. Es una mujer que desea migrar sin importar a dónde. “Desde siempre he soñado con salir de este pueblo, no atrancarme en este lugar”, dice Lourdes.

Los tres miembros de la familia Raúl Barroso viven en la casa de los padres de Lourdes. Inicialmente, Raúl trabajaba toda la semana en la presidencia municipal; ganaba cien pesos diarios, así que tuvo que buscar otras opciones para mantener a su familia. “El dinero no alcanzaba”, dice Raúl desviando la mirada. “Tuve que buscar trabajo en otro lugar”.

“Otro lugar” resultó ser Playa del Carmen – balneario ubicado a cuatro horas, en la costa del Caribe en el estado vecino de Quintana Roo.

Raúl ahora trabaja en una compañía de extinguidores que le ofrece servicios a la zona hotelera. Su taller se encuentra en un pequeño terreno.

Fotos por Melissa Durán
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Un portón negro se abre y deja ver un patio amplio, la barda perimetral es de block gris sin ningún acabado, el piso es de tierra. El olor a productos químicos es muy penetrante. Los extintores se acumulan en el piso, hay algunos que están listos para entregarse al otro día, algunos más tienen que ser pintados nuevamente. El techo de lámina hace que el lugar sea más caliente en los días soleados de Playa del Carmen. No hay aire acondicionado en el taller.

El pequeño taller contrasta con los hoteles de gran turismo internacional que se encuentran a unos kilómetros. Raúl se sienta en medio, en un pequeño banco de madera; se le nota cansado, sin ánimos. En la madrugada de ese día tuvo que viajar cuatro horas por colectivo desde Tunkás, para llegar a su trabajo. Raúl no parece el mismo hombre que montaba al caballo “Bandido” hace un par de días; cuando está en su pueblo, él es un hombre importante, reconocido. En Playa del Carmen es un obrero más que forma parte de la oleada de trabajadores migrantes que construyen y dan servicio a la infraestructura turística de la Rivera Maya.

“Yo nunca imaginé venirme para Playa”, dice Raúl. “Ya cuando nació mi bebé ya vi que era mucho gasto, me alcanzaba pero ya quedaba muy corto…”.

"Cuando está en su pueblo, Raúl es un hombre importante, reconocido. En Playa del Carmen es un obrero más que forma parte de la oleada de trabajadores migrantes que construyen y dan servicio a la infraestructura turística de la Rivera Maya."

El turismo extranjero es evidente en Playa del Carmen. Abundan los grandes centros comerciales y marcas de lujo globales. La economía local se beneficia con la amplia oferta de empleo. Para trabajadores como Raúl, los sueldos son más altos: “Lo más que te pueden pagar [en Tunkás] son cien pesos el día”, dice, “en ‘Playa’ ganas 500 o 600”. ”

Cuando Raúl vive en Playa del Carmen, se levanta a las 6 de la mañana; se alista para ir a trabajar, acude a la oficina y recibe instrucciones para el día. Por las noches duerme solo, en un cuarto que le presta la empresa. “Te sientes solo”, dice, “no conoces a nadie, no conoces la ciudad, no puedes salir… comes solo, no ves a tu familia”.

Para llegar a su trabajo, Raúl viaja cada lunes a la 1 de la mañana desde Tunkás hasta Playa del Carmen. Pero no tiene otras alternativas, “en el pueblo, ¿qué se puede hacer?, ¿vender en una tienda?, ¿estar en un rancho?”, se pregunta. “En un pueblo no hay más opciones”.

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Los migrantes, como Raúl, han transformado la economía de su pueblo. El dinero que envían los que están idos – término particular en el pueblo para referirse a los migrantes – ha servido para mejorar las condiciones de vida de los habitantes de Tunkás. Por ejemplo, con las aportaciones de los migrantes, el gobierno municipal compró una camioneta para realizar traslados médicos. Algunos migrantes incluso mantienen a familias completas en Tunkás por medio de las remesas que mandan en efectivo.

El padre de Raúl, Don Raúl Santiago, vive en Utah. Mientras sus hijos y esposa esperaban su regreso, él se casó nuevamente. Apenas visitó Tunkás en el 2014, la primera vez después de 17 años de ausencia. Durante las dos semanas que pasó en México, se reencontró con sus hijos. Don Raúl Santiago le ofreció a su hijo realizar el proceso para conseguir documentos con el fin de entrar legalmente a Estados Unidos. Raúl sólo tenía que decidirse.

Don Raúl Santiago le ofreció a su hijo realizar el proceso para conseguir documentos con el fin de entrar legalmente a Estados Unidos. Raúl sólo tenía que decidirse.

Pero hay dos problemas.

Primero, Raúl ama la vida en Tunkás. Tiene una conexión profunda con el pueblo y con “Bandido”. “Es como una persona”, dice. “A veces puedes platicar con él, te pone atención”. Raúl valora la libertad y el repecto que ha ganado en el pueblo. “Aquí nadie te molesta”, dice. “Puedes salir a la hora que quieras sin tener problemas. La gente de acá sólo se va al rancho, a la fiesta, a los cenotes”.

Segundo, le llevará muchos años a Don Raúl Santiago poder ayudar a su hijo a cruzar la frontera de manera legal. Raúl también entiende que podrían pasar años antes de que pueda reunirse con Raulito.

Lourdes se encuentra sentada en la sala de su casa. Cuida a Raulito. Mira la televisión y al mismo tiempo observa a su hijo que está dormido. En la pared hay una foto de la boda de sus padres. Su papá también migró a Estados Unidos, aunque volvió después de un par de años. Al fondo se puede ver la recámara donde duermen la pareja y su hijo. Resaltan las imágenes de caballos pegadas por toda la pared. En el techo un ventilador no deja de dar vueltas sobre la cabeza de Raulito. Si el ventilador se detiene, él despierta, no soporta el calor de Tunkás.

Lourdes entiende la razón por la cual Raúl tiene que irse cada semana a Playa del Carmen. “Hay mejor vida allá”, dice. “Hay mejor trabajo y nos da el dinero para tener las cosas que siempre he soñado”.

Raúl se irá en un mes a la frontera. Allí esperará los papeles que le prometió su padre. Lourdes se quedará en Tunkás. “Yo le digo a Raúl, ‘cuando vuelvas tu hijo no te va a reconocer’”, dice. “Porque su papá así se fue, pienso que se va a ir y no va a volver”.

Fotos por Melissa Durán
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La preocupación de Lourdes parece no afectarle a Raúl; él está tranquilo, Raulito se va a quedar con su madre y sus abuelas. Además, su hijo no estará solo, crecerá al lado de Noheli, su prima. “Quiero que tenga alguien con quien crecer para que no esté solo”, dice Raúl. “Yo estoy feliz, por ellos dos, porque van a crecer igual que mi hermana y yo”.

Al final de la semana laboral en Playa del Carmen, Raúl regresa a Tunkás. Generalmente llega antes de la media noche, como muchos de sus paisanos, quienes vuelven los fines de semana a ver a sus familias.

Raúl pasa el sábado y el domingo trabajando en la presidencia municipal, el tiempo para su familia es muy poco. Por las tardes de los fines de semana se sienta a mirar la televisión y a pasear con su familia. Raulito casi no lo reconoce, dice Lourdes.

“Algunas familias deciden estar juntas, otras se tienen que separar para mejorar”, dice Lourdes.

Raulito ha pasado su primer año de vida lejos de su padre. Raúl se siente triste cuando tiene que dejar a su hijo. “De un día para otro ya no lo ves”, dice, “no sabes como está o que está haciendo”.

Esta semana Raúl ha vuelto a Tunkás. Pero cuando se vaya a Estados Unidos pasará mucho tiempo antes de que pueda ver a su hijo, a Lourdes y al “Bandido”. Éste es un dilema común para muchas familias de migrantes de Tunkás. Raúl es un hijo de migrantes; se siente conflictuado. Pero Lourdes – joven, ambiciosa y ansiosa por los cambios – parece tenerlo claro: “Algunas familias deciden estar juntas, otras se tienen que separar para mejorar”, dice. “Nosotros tenemos que sacrificarnos porque decidimos salir adelante”.

Fotos por Melissa Durán
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