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El Corazón de México

El Pionero de Tunkas

Historia por Anjulie Van Sickle

Don Zenaido Parra cuenta la historia de una vieja y lejana versión de Tunkás, un pequeño pueblo en Yucatán, con casas hechas de paja y alumbradas con lámparas de aceite. Los habitantes del pueblo se morían de hambre debido al poco dinero que ganaban trabajando en el campo. Su familia de nueve miembros vivía amontonada en un cuarto.

Éste era un pueblo con calles de tierra, en donde no había electricidad. Zenaido se acomoda su cachucha de mezclilla, con un bordado en color bronce que dice “Hollywood”, mientras se ajusta el brazalete de plata de la otra mano.

Don Zenaido fue el pionero que empezó un movimiento que cambió la cara y el destino de este pueblo.

"Todas las casas que veas están hechas con dinero americano".

"Si nadie se hubiera ido, no tendríamos todo esto", dice Don Zenaido, al observar las casas en construcción que juntas forman Tunkas. "Todas estas casas que ves están hechas con dinero americano".

Él se fue en 1968 a Estados Unidos con la esperanza de lograr una mejor vida para su esposa y sus siete hijos, a quienes dejó en Tunkás. Zenaido formó parte de los primeros inmigrantes que llegaron sin la documentación adecuada.

Por más de 40 años, Zenaido hizo su vida y la de su familia en Anaheim, California, trabajando como lavador de coches. Él y Matilde criaron a sus siete hijos, 28 nietos y, con el tiempo, a diez bisnietos en su nuevo país. Actualmente todos viven en diferentes lugares de Estados Unidos.

Su viaje empezó en Tijuana, en donde permaneció por un mes. Ahí pudo ahorrar dinero trabajando en la construcción, para poder obtener una visa de turista por 60 días, aunque –al terminar ese periodo – se quedó.

Primero llegó a Los Ángeles. Durante los primeros 20 meses de su estadía vendió flores con su cuñado. El trabajo le permitía enviar 20 dólares a la semana a su familia en México. Luego regresó a Tunkás para llevarse a su esposa y a una de sus hijas, Julia, a California. Trabajó como lava coches por los siguientes años, hasta que consiguió suficiente dinero para llevarse a sus otras tres hijas, sus tres varones y sus padres.

"El más chiquito se acostumbró con su abuela", dice Zenaido."No queríamos separarlo de ella, así que nos la llevamos a ella también, después de un tiempo mi papá también se quiso ir". Don Zenaido y su familia obtuvieron la residencia legal con el programa de amnistía en 1986.

Y después los demás. La inspiración se esparció entre otros tunkaseños al ver lo bien que le estaba yendo a Zenaido en Estados Unidos, y así los vecinos del pueblo empezaron a emigrar al sur de California. Como otras comunidades en México, construyeron una red en la que el pueblo se desarraiga y sigue a los pioneros valientes.

Matilde también le echó la mano. Extrañaba tanto su pueblo que dedicó su vida en Estados Unidos a crear una pequeña comunidad en Anaheim que se asemeja mucho a Tunkás, con los santos de la región, los vestidos yucatecos y su bordado distintitivo. Muchas en la comunidad eran mujeres.

Fotos por Laura Jarrie
Zenaido Parra, the first immigrant who travelled from Tunkas to the United States, sits alone in the kitchen of his Tunkas home. Zenaido’s house is nearly empty now as he spends much of his time away from Tunkas after his Matilde died.
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En 2008, un total de 209 personas emigraron de Tunkás, 79 de ellas eran mujeres

Hoy día, Zenaido dice que el desarrollo de Tunkás está directamente relacionado con la migración.

A pesar de vivir la prosperidad, dice Zenaido, nunca olvidan de dónde vinieron. Durante 40 años, Matilde y Zenaido llevaron a su familia a Tunkás de vacaciones, hasta que sus hijos cumplieron la edad suficiente para preferir quedarse en California; los esposos continuarían visitando su tierra dos veces por año

Tunkás nunca dejó de ser su hogar.

“Me gusta más acá [en Tunkás]”, dice Zenaido. “Pero toda mi familia está allá [en Estados Unidos], así que me tengo que regresar a ver a mis hijos, a mis nietos”.

En una noche de 2012, en Orange County, Matilde le dijo a Zenaido: "Llévame de vuelta a México porque no me queda mucho tiempo".

Estaba muriendo de cáncer. Viva o muerta, ella deseaba regresar a México, a oscuras, porque no quería que la gente viera cómo la enfermedad había demacrado su cuerpo.

Estuvieron casados, Zenaido calcula, por “53 años, 48 días y algunas horas”.

Matilde no logró regresar con vida a Tunkás.

Su esposo escoltó por avión su ataúd, dorado con negro, hasta Tunkás. Pero el ataúd no hizo la conexión de México a Mérida a tiempo. Esperó todo el día mientras bebía tequila blanco. Como deseaba Matilde, su ataúd no llegó hasta ya entrada la noche. La enterró al día siguiente en el cementerio de Tunkás en una ceremonia a casquete cerrado.

Su esposo hizo tocar la canción nostálgica, “México lindo y querido” en su funeral:

“México lindo y querido si muero lejos de ti que digan que estoy dormido y que me traigan a ti”.

Matilde finalmente regresó a su casa para siempre.

Él tenía 19 años y ella 13 cuando se casaron. Matilde significaba todo para él; estuvieron juntos, Zenaido calcula, por “52 años, 48 días y algunas horas”.

“No me acostumbro a estar solo”, dice Zenaido. Es evidente por su casa vacía y sus siete habitaciones.

En el frente de la casa aún se puede leer un letrero negro que contrasta con la pintura roja cereza del fondo: Novedades y Butique Santa Cecelia.

Han pasado tres años desde que Matilde falleció, pero su toque de diseño se nota en cada detalle de la casa: mantelitos tejidos a los costados de los sillones; las cortinas combinadas en cada una de las puertas y ventanas; el piso de cuadros en la cocina es de color turquesa y coral; los vasos empolvados llenan la despensa; fotos de ella decoran las paredes y los estantes.

En su cuarto, el tocador está lleno de peines de cerdas negras, una colonia marca Polo, una botella Jack Daniel’s a medio acabar. En otra habitación, sobre la cama bien tendida, una maleta se encuentra lista para ser llevada.

Don Zenaido pasa la mayor parte del tiempo en el lugar favorito de Matilde, el patio de la casa. Las macetas con plantas acompañan las paredes rosas decoradas con tapiz de patos. Un pequeño sendero de ladrillo conduce a través de las enredaderas que caen de los árboles de flamboyanes hacia una pequeña palapa.

En su cuarto, el tocador está lleno de peines de cerdas negras, una colonia marca Polo, una botella Jack Daniel’s a medio acabar. En otra habitación, sobre la cama bien tendida, una maleta se encuentra lista para ser llevada.

Zenaido sabe que no se quedará por mucho tiempo.