VIDA PARA LA VIDA

Escrito por Drew Gaines
Traducido por Greta Díaz
Video por Jeff Woo


Dar a luz”, es el término que Doña Sofía Malvaez González usa para describir su ocupación. La bombilla fluorescente que cuelga en el cuarto de la clínica es la primera luz que ven los recién nacidos, y las experimentadas y suaves manos de Sofía, lo primero que sienten. La matrona de 72 años, o partera, como es llamada en México, es pilar de la comunidad rural de Santa María Pipioltepec, un pueblo dedicado a la agricultura que se encuentra dos horas hacia el Este de la Ciudad de México. Ayudó a traer un bebé al mundo por primera vez en 1970 y desde entonces ha mantenido una tasa de mortalidad de cero por ciento, una estadística poco común en un país con un sistema de salud deficiente.

Pero su mayor talento, su vocación, dice, es recibir bebés: más de 3 mil en sus poco más de cuarenta años como partera.

Las parteras son una tradición en México, donde las mujeres han confiado en esta práctica desde antes de la llegada de los europeos. Hoy día, esta actividad se lleva a cabo en las áreas rurales donde el acceso a hospitales o a doctores especializados puede ser difícil de obtener. En 2012, casi 16 por ciento de las mujeres que dieron a luz en México, lo hicieron a manos de una partera, aunque generalmente el número tiende a ser más alto en áreas rurales.

Las mujeres ponen toda su confianza en asistentes como Sofía, a pesar de que muchos de estos asistentes médicos reciben poco entrenamiento o de que carecen de educación formal más allá de un certificado de preparatoria. Las parteras son vistas como una alternativa a las largas esperas y, muchas veces, condiciones insalubres en los hospitales públicos. Las historias de mujeres que dan a luz en la calle mientras esperan a ser atendidas por doctores y de negligencia en los hospitales no son poco comunes en Valle de Bravo. La eterna fila de personas esperando durante horas ante las puertas cerradas de la clínica de salud pública municipal es un testimonio del problema. Las puertas únicamente se abren cuando la gente es llamada por su nombre para ser atendida.

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“A veces, en los hospitales, los doctores pierden la sensibilidad que necesitan las mujeres embarazadas”, dice la doctora Rubio, una mujer en sus cuarentas con cabello castaño ondulado y frenos en los dientes, y quien trabaja como supervisora de Sofía, desde su pequeña oficina en la Jurisdicción Sanitaria de Valle de Bravo.

“Doña Sofía no las rechaza, todo lo contrario, les da un trato mucho más humano que en los hospitales. Es por ello que las mujeres acuden a ella”, dice Rubio.

A Sofía le toma 20 minutos en taxi – a través del paisaje montañoso del centro de México – ir del hospital más cercano a su clínica y casa en Pipioltepec.

Sofía va y viene del pueblo turístico de Valle de Bravo, según sea necesario, para entregar pilas de actas de nacimiento recién llenadas a la doctora Rubio. Sofía es la única partera certificada en Pipioltepec y sus alrededores. Puede contar con los dedos de una mano las parteras que conoce en los alrededores: cinco, pero una de ellas falleció y la otra está enferma, dice Sofía. Las otras tres trabajan con un bajo perfil y carecen de la experiencia con la que Sofía cuenta, lo cual la hace ser la más solicitada por las instituciones locales de salud y la Cruz Roja.

De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, en los centros públicos de salud del país hay un doctor por cada 2 mil mexicanos. En muchas comunidades rurales, las parteras como Sofía también llenan el vacío de un médico cuando alguien se enferma. Los padres llevan con Sofía a sus hijos enfermos a cualquier hora del día o de la noche. Un virus estomacal que circula por la comunidad de Santa María Pipioltepec y la constante entrada de pacientes encorvados por el dolor la mantienen ocupada.

En una noche reciente, alrededor de las 10 p.m., una mujer regordeta, en sus treintas, llega a la clínica, víctima de un virus estomacal. Sofía le aplica una inyección y otra más a las 5 de la mañana al día siguiente, cuando la mujer regresa nauseabunda. “Las inyecciones curan más rápido”, dice Sofía después de haber puesto varias durante todo el día. Sofía siempre está alerta, muy a menudo viendo hacia fuera desde la única ventana que tiene su pequeña clínica para así poder detectar a los pacientes antes de que lleguen. Cada vez que Sofía se recarga en una de las dos camas que tiene la clínica para ver por la ventana a través de la cortina, se asoma de su falda la parte posterior de sus piernas venosas.

Ella parece disfrutar dar inyecciones, aunque su cara seria nunca lo muestra. Su pelo siempre está recogido en una cola de caballo para que no estorbe mientras trabaja. Un pinchazo rápido de la aguja y un empujón en la jeringa hacia los glúteos de sus pacientes alivia la mayoría de las enfermedades y achaques: un resfriado común, diabetes, virus estomacales de puestos de tacos. Pero su mayor talento, su vocación, dice, es recibir bebés: más de 3 mil en sus poco más de cuarenta años como partera.

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Los domingos en Santa María Pipioltepec son para estar con la familia. En ese día los padres de familia descansan de los campos de maíz y árboles frutales que crecen rápido debido a la lluvia de verano. Juegan futbol en canchas sin cercar frente a sus humildes casas hechas con bloques de cemento. Las madres cuelgan la ropa de la semana en tendederos caídos antes de comenzar a cocinar la comida familiar.

Toda persona en esta comunidad conoce el nombre de Sofía Malvaez o la ha visitado al menos en una ocasión. Muchos de los niños que corren por las calles riendo con pelotas de futbol a sus pies fueron traídos al mundo por las manos de Sofía. Ella tiene el nombre, peso y altura de cada niño en una libreta de espiral en la que ha anotado todo nacimiento desde 1989.

“Confianza” es la palabra que se repite de madre en madre cada vez que describen a Sofía. María López, una mujer de 35 años y madre de dos hijos, la dice detrás del mostrador de la carnicería del pueblo. Asimismo, lo hace Efelga Sánchez, una cocinera local que sirve chilaquiles y sopa de tortilla desde su cocina personal. Otra mujer llamada María, mientras carga a su bebé de 16 meses en el comedor familiar de su casa, dice que Sofía le dio mucha confianza durante el parto de su único hijo.

“Mi bebé nació saludable gracias a ella y gracias a Dios también”, dice Yaserith Guadarrama, 29 años, quien afirma que jamás volvería a tener otro bebé si Sofía dejara de trabajar.

La confianza no es algo que se dé fácilmente en México. La gente tiene una profundamente arraigada desconfianza hacia las instituciones gubernamentales. Una antigua tradición de corrupción, soborno y reformas fallidas contaminan el concepto que tiene la gente de sus autoridades, especialmente cuando se trata de personas de bajos recursos que se dedican a trabajar la tierra, quienes raramente ven los efectos de la asistencia gubernamental.

Médicos con grados universitarios y con títulos pomposos se ven a menudo como extraños que no logran o no pueden conectar con los hombres y mujeres que se pasan la vida trabajando duro en los campos. Sin embargo, Sofía es parte de la comunidad. Como muchas de las personas en estas comunidades, Sofía no recibió una educación escolar más allá de sexto grado de primaria. Ella va a fiestas locales de quinceañeras, reuniones y cumpleaños con las mismas personas que atiende.

Cerca de los 35 años, Sofía era una de las estudiantes. Dos meses después, entregó a su primer bebé.

La hija de Sofía dirige una farmacia de una sola habitación a unos pocos metros de la clínica de su madre. Es aquí donde Sofía se abastece de materiales como jeringas, bolas de algodón y medicina; busca siempre guardar el dinero en la familia. Se dice que puede pasar las riendas a su hija, sin embargo Sofía no piensa que eso vaya a suceder. “La asusta”, dice. “Hay momentos hermosos, pero también hay malos”, como la madre adolescente a quien tuvieron que llevar de urgencia a la Cruz Roja después de que perdió la consciencia y estaba en peligro de desangrarse después del parto. La joven perdió mucha sangre durante dos días en el hospital de la localidad antes de recuperarse. Tanto ella como su bebé ahora están sanos.

Días después, el llamado a misa se escucha tras el sonido de las campanas de la vieja iglesia que se levanta al final de la calle principal de Pipioltepec. Sus campanarios de mosaico azul brillan en el sol matutino. Sofía hace el acostumbrado recorrido cuesta arriba para reunirse con los creyentes locales, quienes se sientan y arrodillan en los bancos de madera desgastados. Los mocasines negros de Sofía se turnan para pisar el asfalto. Su vestido gris de cuadros y su bufanda tejida a mano vuelan sutilmente en el viento. El catolicismo está muy arraigado en esta parte de México. Altares de santos se encuentran protegidos por vidrio en las grandes intersecciones de calles. Un retrato de Juan Pablo II cuelga arriba de la cama de la pequeña clínica de Sofía. La Virgen de Guadalupe se encuentra sobre la mesa a un lado de la báscula que Sofía usa para pesar a los bebés.

La fe une a Sofía con sus pacientes. Establece otro nivel de confianza entre ella y las mujeres que atiende. “Gracias a Dios”, dice Sofía, “el día va bien”. Una mujer de 18 años que está esperando un bebé se recuesta boca arriba en la cama de la clínica. Ya tiene nueve meses de embarazo, y estrías obscuras que se muestran cuando levanta su playera rosa sobre su estómago redondo. Sofía se inclina con un estetoscopio anticuado en su oído y coloca el frío metal del aparato arriba del ombligo de la madre para poder oír el latido del corazón del bebé.

“Tal vez necesites una cesárea”, le informa Sofía con su voz calmada y tono paciente. El destino del bebé dependerá de los doctores en el hospital público de Valle de Bravo.

Las mujeres latinoamericanas son 27 veces más propensas a tener complicaciones durante el embarazo que las mujeres en Estados Unidos. Sofía rara vez se compromete a realizar partos de alto riesgo. No tiene el equipo necesario. En alguna ocasión, el gobierno le suministró sábanas para las camas, jeringas y suministros médicos. Ahora los tiene que comprar por su cuenta o los recibe en pequeñas cantidades que le proporciona la doctora Rubio. Pero han pasado cinco años desde la última vez que recibió material gratis. Mucho del apoyo inicial dejó de llegar a finales de los setenta, junto con el programa gubernamental que la convirtió en partera. Ahora el gobierno no le paga nada.

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En 1972 María Esther Zuno, esposa del ex presidente Luis Echeverría Álvarez, inició una campaña nacional destinada a proporcionar habilidades técnicas a los desempleados y personas sin una educación formal. El programa creó cocineros, carpinteros, albañiles y parteras que regresarían a sus comunidades con los conocimientos para mejorar sus ciudades y su economía. Cerca de los 35 años, Sofía era una de las estudiantes. Dos meses después, entregó a su primer bebé.

Al igual que muchos programas útiles en México, el que convirtió a Sofía en partera terminó con la toma de posesión de un nuevo presidente. El sexenio de Echeverría había llegado a su fin, al igual que el financiamiento y el flujo de suministros médicos a las parteras como Sofía. Ella se quedó para cuidar a la gente de Pipioltepec por su cuenta y con ayuda periódica de la doctora Rubio. Pero 40 años después, Sofía sigue entregada a ello.

“Es para la gente del campo”, dice Sofía. “Piden ayuda de Dios, pero a veces necesitan más. Yo hago lo que puedo para evitar sufrimiento y ayudar a la gente”.

El temor comienza a crecer en Santa María Pipioltepec. Los últimos días de trabajo de Sofía ya se acercan y no hay nadie que la reemplace. Mujeres como Yeserith Guadarrama, quien dio a luz a dos de sus tres hijos en la clínica de Sofía, se estresan sobre la posibilidad de tener que llevar a sus hijos al hospital local. Ese lugar siempre ha sido el último recurso para ella, dice Yeserith.

Aunque las mujeres reciben atención gratuita en los hospitales públicos durante el embarazo, muchas de ellas temen a las condiciones antihigiénicas en las que se encuentran estas instituciones. La doctora Rubio culpa de este problema a la falta de recursos humanos, las políticas públicas y financiamiento insuficiente por parte del departamento de salud del Estado. Los médicos van y vienen de la clínica pública de Valle de Bravo. El estrés de un exceso de pacientes y el atractivo de empleos mejor pagados deja al hospital con una constante escasez de doctores. Muchas veces las mujeres embarazadas llegan a recibir tratamiento sólo para descubrir que, en ese día, no hay un médico en el hospital.

“Lo que tenemos que hacer, como institución de salud, es enfocarnos en aquellas mujeres que ya no tendrán los cuidados de Doña Sofía. Tenemos que encontrar una forma de atender a todas esas mujeres y mejorar nuestra calidad… Es un problema grave porque Doña Sofía asiste muchos partos”, dice la doctora Rubio.

La lluvia cae durante toda la noche y continúa de manera constante hasta tempranas horas de la mañana. La gente pasa con paraguas e impermeables sobre las calles llenas de baches. Pocos visitan la pequeña farmacia dirigida por la hija de Doña Sofía, pero la partera ve a muy pocos pacientes esa mañana. “Es un día triste”, dice Doña Sofía. Su cara bronceada, que no refleja su avanzada edad, se eleva por encima de una bufanda marrón que mantiene su cuello caliente, protegiéndola del frío de ese día. Toma asiento en una de las dos camas individuales mientras sus manos alisan los pliegues de su largo vestido y ella mira pacientemente por la ventana.

Más que una partera

Fotografía por Greta Diaz

Son las 7 de la mañana y Doña Sofía está a punto de comenzar su día. Al final de la jornada habrá atendido a cuatro pacientes, puesto cuatro inyecciones y habrá visto al menos a una mujer embarazada. Sofía es la única fuente confiable de atención médica en su comunidad. Ha atendido más de 3 mil partos durante su carrera. Para Santa María Pipioltepec y sus pueblos vecinos, ella es mucho más que una partera, es la única esperanza que las mujeres tienen para obtener un servicio médico de calidad.

Las estadísticas demuestran que el 45% de las mujeres de áreas rurales prefieren tener a sus bebés con una partera en vez de dar a luz en un hospital. Las historias de mujeres dando a luz en la calle y en condiciones poco higiénicas en los hospitales son cada vez más comunes, dice Sofía, es por ello que las mujeres prefieren ir con ella a asistir a los centros de servicio público de salud.

Las parteras en México generalmente aprenden por medio de la experiencia y casi no reciben educación formal. Doña Sofía comenzó a trabajar en 1972 después de que la esposa del Presidente Luis Echeverría, María Esther Zuno, implementó programas nacionales para las mujeres de México. Esta iniciativa pretendía educar a las mujeres de áreas rurales para que pudieran dar un servicio a sus comunidades con el conocimiento adquirido. /span>

Doña Sofía tiene ahora 72 años. Su mayor preocupación es que nadie querrá hacer lo que ella hace una vez que ya no esté. Este mismo miedo es compartido por la gente de Santa María Pipioltepec y los pueblos vecinos, lugar donde Sofía ha trabajado por más de 40 años.

Seguida por su hijo y nieto, ambos llamados Adán Feliciano, Doña Sofía camina a casa después de una boda. Debido a que su esposo tenía problemas de alcoholismo, Doña Sofía crió a siete hijos como madre soltera.

Imágenes religiosas cuelgan de la pared del dormitorio mientras Doña Sofía se peina frente al espejo. Su dormitorio se encuentra a lado de su clínica. Cuando Sofía tiene demasiados pacientes, atiende a algunos de ellos en su dormitorio.

Un paciente de Sofía se acuesta bocabajo en una de las dos camas que hay en la clínica mientras ella le aplica una inyección. En promedio, Doña Sofía aplica 5 inyecciones al día.

José Malvaez, hermano de Doña Sofía, sale de la clínica de su hermana después de haber llevado a su nieta a inyectarse. Doña Sofía no sólo ayuda a mujeres embarazadas, ella cree que todas las personas merecen buen trato de un doctor. A veces, no cobra a sus pacientes, sobre todo cuando sabe que no tienen medios para pagarle.

El cuarto que forma parte de la casa de Doña Sofía, que cumple la función de clínica médica, está lleno de imágenes religiosas acompañadas de fuertes aromas de medicina, jeringas y equipo médico. Ella adquiere su propio material, en ese aspecto no recibe apoyo del gobierno.

Doña Sofía se asoma desde su ventana para ver si hay algún paciente afuera. Pasa la mayor parte de su día en espera y alerta de visitantes. “Prefiero estar en mi casa que en cualquier otro lugar, en caso de que alguien me necesite”.

En 2013, Doña Sofía atendió 120 partos. Ella se queda con una copia de cada acta de nacimiento que llena. Ha perdido la cuenta de cuántos bebés a ayudado a traer al mundo, pero está segura que han sido más de 3,000.

Sofía escucha el corazón del bebé de Ana con un Estetoscopio de Pinard. La mujer de 18 años que está cerca de ser madre aguanta el dolor mientras Sofía revisa si ya está en labor de parto.

Doña Sofía escribe el peso, la altura y hora de nacimiento de cada bebé que ayuda a nacer. Tiene una libreta en su pequeña clínica con toda la información de los partos asistidos desde 1989. Cada línea también incluye el sexo del bebé, el nombre de la mamá y el pueblo del que vienen.

Sofía, de 5 años, llora de dolor mientras Doña Sofía le aplica una inyección para curarla de gripa. Las madres siguen llevando a sus hijos a cuidado médico con Doña Sofía mucho después de nacidos. Yaserith, madre de 3, dice: “sabemos que podemos llevar a nuestros hijos con Sofía a la hora que sea, no importa si es de día o de noche”.

Doña Sofía, su nuera, Virginia Ramírez, y Alma Delia esperan un taxi afuera de la iglesia para que las lleve a la fiesta donde se celebrará la primera comunión de Alma. Doña Sofía es llamada “Mami” por algunas personas en el pueblo como una forma de expresar su amor y confianza hacia ella.