CLAVE DE CAMBIO

Por Ashlea Sigman
Traducido por Verónica Velasco
Video por Christina Gunlock

Con estuches de trompeta y trombón tirados alrededor de ellos, unos niños de uniforme beige con café hacen muecas entre cada nota de la canción Rolling in the Deep de Adele. Tratan de tocar cada vez más rápido y más fuerte.

El ruido de los truenos se agrega al del fuerte viento. De repente, los instrumentos paran y las cabezas voltean. Solo se escucha el ruido de los pasos de unos zapatos negros y brillantes cruzando la plaza con suelo de piedra.

Alberto Ramírez está aquí.

Sonríe y choca los puños de un niño mientras camina; Ramírez abre la puerta del alambrado que rodea el campo de futbol semi-profesional en Valle de Bravo, Estado de México. Sus 115 estudiantes de banda de marcha de la primaria Morelos pasan a través de ella lo más rápido que pueden sobre el por la temporada de lluvias.

Él los alinea espalda con espalda y les dice que guarden silencio, porque se requiere disciplina para ser parte de una banda.

Compuesta en su mayoría de niños de tercero a sexto grado, la banda ensayará en el campo por primera vez desde que Ramírez la creó hace diez meses.

En un pueblo sin bandas en la preparatoria y con un problema de drogas tocando a la puerta del mismo, un grupo de maestros espera que la música ayude a dirigir el curso de las pequeñas vidas y quizá salvar las suyas.

El ensayo de este miércoles es la única oportunidad que tiene la banda de los Castores antes de la primera exhibición de bandas de marcha en Valle de Bravo el próximo domingo.

Los niños quieren hacerlo bien, pero a la vez no saben qué esperar. Nunca han visto a una banda de marcha tocar en un campo de futbol.

Por 29 años, la única marcha de banda existente en Valle de Bravo pertenecía a la Normal. El padre de Ramírez fue quien la organizó – el hombre quien a menudo le preguntaba a su hijo: “¿Qué le vas a dejar a este mundo? ¿Qué vas a hacer con tu talento?”.

Hace cinco años su respuesta fue organizar una banda de marcha de secundaria, la primera de las 24 escuelas públicas del pueblo. Desde ese momento, se crearon las bandas en la secundaria y primaria por ex estudiantes del padre de Ramírez.

La presentación del domingo por la tarde, idea de Ramírez, coincide con el día del Padre y el inicio de la Copa del Mundo 2014. No se sabe cuánta gente pueda asistir.

Ramírez sopla su silbato y ocho bastoneras por poco golpean una fila de saxofones.

A un lado del estadio donde está la tribuna, Aura Carrasco, una madre de familia, atraviesa con un brazo el alambrado para tomar fotos a su hija de nueve años, Jade, quien toca el clarinete.

La banda rosa en la cabeza de Aura y el tinte rubio de su peinado pixie combinan con el tatuaje de estrellas color pastel que se deja ver en su hombro cuando su playera rosa se desliza en su brazo.

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Ha sido un año divertido pero agotador para la madre soltera de dos niñas de primaria. Ha tenido tres trabajos diferentes para poder pagar el instrumento y uniforme de Jade. Este fin de semana será la culminación de un año lleno trabajo arduo.

El silbato de Ramírez da la señal de inicio a la siguiente canción, “When the Saints Go Marching In”. Sus brazos abiertos son la señal para que los miembros de la banda encuentren su lugar en uno de los tres círculos que girarán a su alrededor.

Dos niños de primer grado son muy pequeños para cargar trompetas de tamaño normal, así que tocan una versión en miniatura llamada “trompeta de bolsillo”. El más pequeño de la banda, Nicolás, de siete años, no puede ver a través de los niños que lo rodean y pierde su lugar. Camina hacia un lado y rebota contra Enrique, el más grande de la banda, un niño de sexto grado que toca el trombón.

Las gotas de lluvia son más fuertes. Ramírez pregunta mirando al cielo: “¿Le seguimos?”.

Algunos niños gritan, “¡sí!”

“No les importa nada, mientras puedan estar tocando ¿verdad?”, dice la mamá de Jade.

 

Cambiando vidas

En la primaria Morelos es difícil imaginar que en ocasiones incluso el maestro más dedicado no se sienta abrumado. En promedio, los 19 maestros en el turno matutino tienen 42 niños en cada una de sus clases. En el turno vespertino se tienen en promedio 29 niños en los 15 grupos que hay.

El financiamiento del gobierno aquí es escaso. Los mil 250 estudiantes traen a la esculea su propio papel de baño.

Ramírez ya había pensado en formar una banda dos años antes de que su antiguo entrenador de volibol y maestro, Humberto Zorrilla, fuera contratado como director temporal. Después de 30 años de servicio en la educación, Zorrilla pensó que el trabajo como director de la primaria Morelos le permitiría pasar tranquilamente sus últimos meses de trabajo antes de su planeada jubilación. Esto fue hace tres años.

Los dos hombres comparten el amor por la música. La pasión de Zorrilla por las percusiones fue promovida por el padre de Ramírez mientras estudiaba en la Normal. Con su historia y confianza compartida, ambos decidieron que tener una banda en la Morelos era una buena idea. Comenzaron el plan para la banda sin nada de dinero.

Cuando Jade, muy emocionada, le preguntó a su mamá si podía audicionar para la banda, Aura saltó, feliz de que a su hija le interesara algo positivo.

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En los cuatro años desde que se mudaron de la ciudad de México a Valle de Bravo después del divorcio de sus padres, Jade se volvió desarraigada y triste. Aura a veces recibía notas de los maestros de su hija diciendo que Jade era inteligente y tenía buenas calificaciones, pero no se expresaba o participaba.

Aura no estaba segura de lo que inscribirse a la audición significaría.

“Sólo oímos ‘banda’ y fuimos”.

Jade no ensayó para su audición y no sabía qué ensayar. Cuando su turno llegó, le pidieron que cantara una canción y repitiera un ejercicio de ritmo. Ramírez no buscaba expertos de la música.

“No me importa si no tienen habilidad, esa la desarrollarán con el tiempo”, dice Ramírez. “Todo está en la disciplina, y si los niños son buenos, van a ser mejores porque trabajo con ellos bajo la disciplina.”

Los estudiantes que audicionaron para formar la banda de marcha no fueron suficientes, así que Ramírez fue a reclutar en los lugares más inusuales.

Enrique, de quinto grado, tenía reputación de ser el que iniciaba las peleas. Su maestro le dijo a Ramírez que no sabía ya qué hacer con él porque no podía controlarlo.

Ramírez convocó a Enrique y a seis de sus amigos al auditorio.

¿Querían estar en la banda? Todos dijeron que sí. Los formó uno tras otro y les pidió que se quedaran quietos porque ser parte de una banda requería disciplina. Enrique era el último de la fila porque Ramírez sabía que no lo iba a lograr. Cuando los estudiantes se movían, Ramírez les pedía que se retiraran.

“Ve a tu salón, no vas a estar en la banda”.

Enrique entendió y se quedó muy quieto hasta que fue el único que quedó.

“Felicidades”, dijo Ramírez, “tú estás en la banda”.

En mayo, un mes después de la primera audición y larga espera para Jade y Aura, los resultados se publicaron. Aura recuerda haber ido caminando por la calle empedrada para recoger a sus hijas de la escuela y encontrar en la puerta a Jade, que emocionada la tomó de la mano y corrió hacia la lista.

“¡Mira mamá, sí quedé, sí quedé!”

Con un mes y medio para que acabara el ciclo escolar, Ramírez comenzó las prácticas a principios de junio del 2013. El no contar con instrumentos no hizo que decayera el ánimo ese día en el salón, los niños usaron el respaldo de las sillas y tableros de mesa para golpetear siguiendo el ritmo.

 

Una Pasión

La esposa de Ramírez, Eli, se preocupó cuando la pareja discutió por primera vez el tema de crear la banda en la primaria, mientras cenaban, hace cinco años.

En ese entonces, antes de que el director Zorrilla lo contratara como maestro de tiempo completo, Ramírez trabajaba medio tiempo en tres diferentes escuelas. En la mañana enseñaba música en la Morelos, luego se dirigía a una secundaria donde acababa de empezar una banda y luego a trabajar con los estudiantes de la banda de marcha en la normal de maestros.

La pareja, que creció tocando en un grupo musical que la familia de Eli creó, continúa haciendo presentaciones y cantando con 12 músicos. Beto dice que son contratados para “fiestas, graduaciones, bodas y divorcios”.

Eli tenía miedo que ella y su única hija, entonces estudiante de primer año de prepa, no vieran nunca a Ramírez. “Le pedí que midiera su tiempo para que cuidara a su familia. Él dijo que sí, pero bueno, siempre dicen eso ¿no?”, bromea.

Aunque trabaja tiempo completo en la Morelos, Ramírez aún dirige voluntariamente la banda de marcha de la secundaria que él empezó. Las expectativas para los estudiantes son las mismas en ambas escuelas.

Desde la primera junta con los padres, el director de la banda dejó muy en claro que no iba a permitir la desobediencia o que los padres intervinieran. A los padres que olvidan esto se les llama la atención.

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Detrás de su apariencia estricta, Ramírez es una persona que se preocupa por los niños como si fueran de él. La semana de la presentación, él, Eli y el director Zorrilla comieron pastel y cantaron junto con algunos niños de la banda de la Morelos en la fiesta de cumpleaños de Jade. La semana anterior, fue padrino de bautizo del bebé de uno de sus antiguos estudiantes.

Lleva 16 años en la educación, bastante tiempo para alguien que nunca imaginó ser maestro.

“Cuando vi la necesidad de tener maestros de música, decidí trabajar en ello”, cuenta Ramírez. “Comencé a trabajar con niños y me di cuenta que necesitan amor y la música es eso. La música es amor. Eso es lo que trato de enseñarles, porque para mí la música lo es todo”.

 El vecindario que rodea la escuela primaria Morelos es una mezcla de casas de clase media y baja, acurrucadas en calles angostas y callejones.

Una vez que los niños crearon la banda, algunas familias tuvieron que juntar casi todo el salario del mes, y rápido. Un saxofón cuesta 4 mil 500 pesos y el uniforme otros mil 400. Algunos padres sólo ganan 8 mil pesos al mes; muchos de ellos tienen a dos de sus hijos en la banda.

Se inició una campaña para solicitar fondos, a los maestros y al ayuntamiento. Zorrila pagó el costo de los uniformes al ofrecerles playeras que servirían como uniforme temporal. También prestó dinero a los padres para los instrumentos. Un año después, dos de ellos siguen pagando, pero lo consideran una buena inversión.

“Cuando conoces o hablas dos idiomas, tu visión del mundo se vuelve más grande”, dice Zorrilla. “Cuando un niño habla o conoce el idioma de la música, le abre las puertas del mundo. Cuando un niño tiene una sensibilidad musical, al final de su vida será un mejor ser humano, servirá mejor a su comunidad. La meta de esta banda es que tenga un impacto social, tener mejores ciudadanos”.

Aún vendiendo joyería hecha en casa, administrando el dinero de un restaurante-bar los fines de semana y poniendo uñas de acrílico solo para sobrevivir el mes, Aura estaba preocupada acerca de cómo iba a cubrir los gastos extras.

“Sabía que tenía que trabajar duro, pero todo iba a estar mejor.”

 

El Gran final

En la catedral, en la plaza central de Valle de Bravo, los Castores y cuatro bandas más están formados en una soleada tarde de domingo en junio. La plaza está llena de gente, es el núcleo comercial del pueblo, rodeada de bancos, restaurantes, neverías y otras tiendas. Pero hoy los habitantes de Valle están aquí por una razón: ver a las bandas de marcha.

El director de la banda viste la camisa de los Castores: una playera polo color café abotonada hasta el cuello; camina a la esquina del frente de su banda para hacer contacto visual con un percusionista que está atrás. Apenas puede verlos entre las líneas de plumas amarillas de sus sombreros blancos.

Llama su atención, endereza sus brazos y sopla el silbato. Ellos empiezan a tocar los tambores y el resto de la banda comienza inmediatamente a marchar.

Ramírez se coloca enfrente de la primera línea para dirigir la marcha. Cuatro niños del otro lado, bastoneras en cada costado; la banda se dirige a la catedral, luego gira a la angosta calle de Independencia para así subir al estadio de futbol.

El director Zorrilla camina cuatro metros delante de la banda y le siguen unas bastoneras vestidas con botas hasta la rodilla y ropa con lentejuelas. Es la primera vez que todos en la banda usan el nuevo uniforme. Desafortunadamente, es también uno de los días más calurosos del verano.

La banda evade carros estacionados y sombrillas de puestos de fruta que se encuentran en la calle. Los papás corren a los lados, cargan bebidas, cámaras, estuches de instrumentos; algunos papás incluso cargan caballos de palo. Los jóvenes músicos captan la atención de espectadores curiosos que pasan por la banqueta.

Nicolás se ve cansado de cargar un instrumento del tamaño de su estatura cuesta arriba, pero cuando la canción “Rolling in the Deep” comienza, él se anima y se balancea de atrás hacia adelante con sus compañeros trompetistas.

“¡Ay, qué pequeño!”, dice una mujer encantada al ver a Nicolás desde la banqueta.

La banda tarda 30 minutos en subir al estadio. Del otro lado del campo, 3 mil personas están gritando y saludando.

Aura Carrasco camina de aquí para allá en la tribuna, ofreciendo las banderas de los Castores que hizo a mano a cambio de 15 pesos.

Cuando la primera banda entra al campo de futbol, Ramírez les pide a los Castores que se preparen.

Los niños se apuran y saltan de la tribuna, pero es difícil hacerlo a un metro de altura, con botellas de vidrio rotas en la orilla y con un nuevo uniforme al mismo tiempo que cargan su instrumento.

Otro maestro de música los dirige a unos escalones donde los ayuda a bajar como si estuvieran en un concurso de belleza.

“Cuando un niño habla o entiende el lenguaje de la música, se le abren las puertas del mundo”.

Desde la tribuna la gente grita “¡Castores! ¡Castores!”. Los niños siguen a Ramírez en el campo. Es su bastonero no oficial.

Los niños llegan alegremente a su primera rutina en una posición militar, marchando en tres círculos y tocando “When the Saints Go Marching In”. El talento para el espectáculo hace que la multitud grite y aplauda.

Al final de la canción, Nicolás cierra sus ojos y explota las últimas grandes notas con su trompeta de bolsillo.

Las porras de los papás en la tribuna comienzan de nuevo, ondeando las banderas que Aura hizo y sosteniendo carteles de papel café. “¡Castores! ¡Castores!”

Entre ellos, Aura se levanta de su asiento y aplaude.

El pequeño Nicolás corre hacia el alambrado donde su mamá se encuentra, se quita su sombrero y se pone un parche en el ojo, un sombrero de vaquero negro, una pistolera y un chaleco café. Luego corre de regreso con la banda y toma su lugar en la fila de enfrente. Es momento de que la banda toque “William Tell Overture” y él es el “Llanero Solitario”.

Sostiene su caballo de palo con una mano, con la otra apunta su pistola de plástico a otro pequeño trompetista uniformado como él. Durante la pieza completa los chicos montan sus caballos de palo de un lado a otro al frente de la banda.

Aura espera bajo la carpa de los artistas con una bolsa de agua para Jade.

 “¡Estaba gritando, estaba llorando, no sabía ni que hacer!”, dice abrazando a Jade, la cual sostiene una de las banderas que Aura hizo agitándola tan emocionada que se sale del palito.

Los Castores se unen a la banda de secundaria de Ramírez y otra nueva banda de primaria en el campo para tocar juntos.

A la señal de Ramírez, la banda termina levantando sus instrumentos y brazos. Su postura tiene el efecto deseado. Los papás en la tribuna se paran y gritan “¡Otra! ¡Otra!”.

Un equipo de televisión se mete al campo. El presidente municipal de Valle de Bravo reconoce a cada director de banda y a los maestros asistentes con medallas. Por un altavoz le dice a la audiencia que la cultura ayuda a que los niños se mantengan alejados de las drogas y es una de las razones por la cual el ayuntamiento apoya a las bandas.

Después de los discursos, los papás entran al campo y Ramírez encuentra a su esposa, quien puso la coreografía de las bastoneras, le coloca una medalla en el cuello y la abraza. Ella se limpia las lágrimas, mientras que el director camina para dar más abrazos.

Los padres corean su nombre, Ramírez se voltea para encontrar a todos los Castores que quedan en el campo con la esperanza de poder tomar una fotografía.

No tolera que su banda esté en desorden, así que saca el silbato.

“Otra línea”, hace señas y sopla su silbato.

“Tú estás alto, tú ponte en la cuarta o quinta fila.”

Los pequeños trompetistas sujetan el cartel que colgaba en la tribuna para ellos. Zorrilla, Ramírez y Eli corren a sentarse en el frente y se acuestan para que todos puedan salir en la foto. 

“Los niños nunca van a olvidar esto”, dice Aura. “Los adultos menos”.

Los pasos de banda

Bajo el sol castigador de verano, las escuelas de banda (incluyendo Los Castores) se presentaron y desfilaron para los residentes de Valle de Bravo en el encuentro de bandas de Valle de Bravo, en una reunión al aire libre. Estas bandas han atraído a la comunidad y dado a los estudiantes un enfoque nuevo y esperanza para el futuro.



Miembros de Los Castores esperan bajo una lona, entusiasmados, su turno para presentarse ante una gran multitud de familiares y gente del pueblo. El evento reunió a bandas de escuelas locales en una muestra de unidad a través de la música.


Amara y su amiga disfrutan una bebida fresca y algo de fruta en medio de la presentación. Antes de unirse a su banda, Los Castores, Amara solía pasar la mayor parte de su tiempo en casa y casi no tenía amigos.

 


Después de una marcha de 30 minutos a través de la ciudad, cuesta arriba y por caminos empedrados, los jóvenes músicos llegan a su destino que representa la culminación de meses de trabajo.

 


La ciudad honra a Alberto Ramírez y a su padre en la presentación por sus contribuciones a la ciudad. La música impregna cada parte de la vida de Alberto Ramírez.

 


Dos de los miembros más pequeños de Los Castores se unieron a la banda después de que mostraron su compromiso y entusiasmo por aprender a tocar la trompeta «de bolsillo».

 


Varios miembros de la banda eran anteriormente muchachos traviesos que Ramírez ha enderezado a través de la participación de éstos en la banda.

 


Las bandas comenzaron su desfile en la plaza del municipio de Valle de Bravo, el centro de la vida comunitaria del pueblo.

 


Muchos de los padres animaban a sus hijos desde las gradas, tomaban fotos y videos desde sus teléfonos. Varios padres dijeron que Los Castores los unió con un propósito en común.

 


Ramírez motiva a sus estudiantes para alcanzar un alto nivel y ellos se esfuerzan por superar el reto. Cuando demuestra su admiración lo estudiantes expresan su felicidad.

 


Cada miembro de la banda recibió una medalla de honor por su participación en la reunión inaugural de las bandas.