A prueba de fe

Historia escrita por Karen Dávila

Erasmo Aguilar trabajaba en la construcción de la escalinata que se dirige hacia el gran monumento a Cristo Rey, en el pueblo de Tenancingo, México. Él había trabajado como albañil durante varios años. Le gustaba su trabajo.

Una tarde, mientras trabajaba, la pólvora que él utilizaba para romper las rocas explotó de repente. Entonces vio a Jesucristo. Fue llevado de inmediato al hospital. Su anular y meñique se desprendieron de los demás dedos. Pequeñas piedras fragmentadas se le incrustaron en el pecho y los ojos. Él oraba y pedía a Cristo todos los días para sanar sus heridas. Al final, no fue necesario amputarle la mano, tampoco quedó ciego. Erasmo volvió a nacer.

Luego, cuando las cosas ya de por sí marchaban mal para Erasmo, empeoraron. Su familia perdió su casa en un incendio. «Todo se quemó», dice. «Nos quedamos sin ropa, sin muebles y sin casa”. En su desesperación, Don Erasmo, como le llaman en el pueblo, le pidió a la persona responsable de la estatua permiso para mudarse con su familia, a la estructura que estaba en ruinas al pie de la gran estatua del Cristo Rey. Ellos ya llevan viviendo ahí ocho años.

Don Erasmo vende refrescos, agua y dulces en el Cristo Rey. Tiene 55 años, arrugas en la cara, el pelo gris y una barba que le hace parecer más viejo. Viste un sombrero que le bloquea la vista, un pantalón desgastado y una camisa sudorosa—prueba de que él ha estado trabajando bajo el sol. Sus huaraches dejan ver sus uñas crecidas llenas de lodo.

“¡Buenos días! ¿Tiene botellas de agua? »

“Sí, señora. ¿De cuál quiere? ¿Bonafont? »

“Una botella por favor».

«Son doce pesos».

Don Erasmo revela que ha cambiado el cemento por una escoba. «Ya no soy tan fuerte como lo solía ser”. Él está a cargo de mantener limpio el monumento a Cristo Rey, el cual se encuentra deteriorado. Su construcción comenzó a principios de 1980 y terminó en 1992.

Las personas que visitan el Cristo Rey suben más de mil escalones. Algunas suben corriendo, otras apenas pueden mover sus piernas. El objetivo es llegar a la cima, donde hacen sus rutinas de ejercicio, se arrodillan y persignan ante Cristo Rey. Los adolescentes que salen de la escuela visten sus distintivos uniformes a cuadros. Algunas parejas se besan y se asoman por el barandal. Se puede ver todo Tenancingo desde ahí.

Él gana mil 500 pesos al mes por mantener limpio el monumento y sus alrededores. Aunque no le han pagado dos meses de sueldo del 2012, sigue haciendo su labor. “Me gusta mi trabajo, pero no la paga”, dice Don Erasmo mientras se agacha un poco más para que el sol no le moleste los ojos.

«Las personas no respetan este lugar. Los que vienen aquí no se comportan adecuadamente”, dice Don Erasmo. “El sitio no es seguro. Hay una caseta de vigilancia, pero el policía muchas veces no se encuentra”. Los ladrones rompen las ventanas de los autos y roban los objetos de valor de los visitantes. «A veces las parejas suben, incluso los borrachos».

«El Cristo Rey ha perdido su esencia turística», lamenta Don Erasmo. También se han encontrado heces y ropa interior, probablemente de las personas o borrachos que suben al lugar.

«Yo estaba barriendo un día cuando vi unas personas ebrias. Les pedí amablemente que abandonaran el lugar, pero se negaron. Uno de ellos comenzó a gritar y maldecir, pero no le hice caso. Me alejé, y entonces vi una sombra. Después sentí los golpes, quedé inconsciente”.

Las señora Humberta, esposa de Don Erasmo, lo llevó al hospital. El médico le dijo que tenía fracturada la nariz. El tabique estaba roto y tardaría en sanar debido a su diabetes. Nuevamente rezó a Cristo Rey para recuperarse.
Erasmo y su esposa acudieron al ayuntamiento de Tenancingo para que les pagaran los dos meses de sueldo que les debían y una indemnización por la agresión sufrida. No hubo respuesta.

***

Detrás del Cristo se asoma una casa de tabique y lámina de asbesto, en su interior la mesa con trastes sucios y moscas alrededor separan la entrada del dormitorio. Afuera Don Erasmo pierde la mirada en sus seis perros que se rascan con desesperación y ocho pollos que buscan alimento. A él no le importa que estén a su lado, es como si no estuvieran. Sólo observa y calla.

Don Erasmo se queja de los malestares a causa de la diabetes. “Al caminar escucho el chasquido de los huesos, a veces la piel me arde y cuando me levanto no tengo ganas de nada, pero sé que tengo que trabajar. Yo no le digo nada a mi esposa para no preocuparla, pero ella se da cuenta”.

Él y su esposa jamás han perdido la fe, a pesar de los múltiples accidentes. Humberta ha sido su soporte para enfrentar las adversidades y salir adelante. Ella es quien barre cuando su esposo no puede hacerlo por el dolor que la diabetes le produce en las piernas. “Sabemos que Cristo no nos dejará solos”, dice ella.

Diariamente, cuando comienzan el día, Don Erasmo y su esposa le dan gracias a Dios por seguir vivos. Creen que vivir junto al Cristo Rey es estar protegidos por él, aunque no siempre les cuide como ellos quisieran.

“Hay veces en las que nos levantamos y no tenemos nada qué comer”, dice Don Erasmo. “Sólo hacemos una comida al día o dos cuando se puede. En una ocasión no teníamos nada qué comer. Le pedimos ayuda a Cristo Rey y gracias a él tuvimos una buena venta. Ese día no nos quedamos sin comer”.

Por varios años, el sueño de Don Erasmo fue tener una casa propia. Los lugares donde han vivido sólo han sido prestados. «Ya estamos mentalizados que en cualquier momento nos pueden correr de aquí. En la vida, nada es seguro. Debemos afrontar la realidad por muy dura que sea”.

Don Erasmo a veces se deprime, su hijo Gerardo dice que incluso llora. El motivo es que no le dejará nada a su familia, no cuenta con ninguna herencia para sus hijos y nietos. Don Erasmo siente que les ha fallado. «Cuando yo me muera quisiera dejar pagado mi ataúd, para que mi familia no tenga que gastar dinero. Uno nunca sabe cuándo será el día en que suceda, pero no me parecería justo que se quedaran sin nada por pagar mi entierro».

Hace dos semanas, él y su familia pidieron un préstamo de 6 mil 500 pesos a Banco Azteca, institución que otorga créditos a quienes necesitan salir de deudas. Con el dinero, la familia compró agua, refrescos y golosinas para vender en el Cristo Rey. La semana pasada, cumplieron con éxito su primer pago. “Gracias a Dios pudimos reunir el dinero para el primer pago, ahora esperamos obtener lo suficiente para el resto”, dice Humberta con una sonrisa.

***

Don Erasmo parece preocupado. Apenas sonríe, no hace ni la menor mueca cuando ve a sus nietos. Los niños caminan hacia su abuelo, le hablan y se sientan en su regazo. Él sólo los observa detenidamente. “El futuro de mis nietos se los darán sus padres. Con este sueldo, yo no les puedo dar un futuro. No se le puede dar futuro a nadie”.

20 de junio. Son las 9:40 am y Don Erasmo comienza a barrer la explanada del Cristo Rey. Parece un trabajo fácil pero se ha tardado dos horas en terminar. Es casi medio día y en la entrada trasera del Cristo Rey se observa un taxi acelerando cada vez más para llegar a la cima. La nieta más pequeña y la esposa de Don Erasmo bajan apresuradas, el taxista también lleva prisa. Su esposa se acerca a él. Su semblante cambia y caminan hacia el interior de su casa.

Las lágrimas caen por el rostro de Humberta. Una persona del ayuntamiento de Tenancingo le ha dicho que no les pagarán los dos meses atrasados que les deben y que probablemente pronto los corran de la vivienda. Don Erasmo aprieta los labios y contiene las lágrimas, voltea en dirección opuesta a su esposa y le dice que no llore ni se ponga triste, que debe ser fuerte o le hará daño.

Cae la tarde. Don Erasmo mira al Cristo Rey, tiene la mirada estática. Está sentado en su silla de madera rota. Un disco de música norteña suena y un gallo le hace segunda con su cacareo. Sus perros ladran mientras él reflexiona sobre su vida, lo bueno y lo malo. No culpa a Dios de sus desgracias. Aún mantiene la fe. Sabe que Cristo Rey no lo dejará solo.