Paloma: Patrona de los Perros

Historía escrita por Belem Ortiz


Malinalco, Mexico

Paloma se sube a su motoneta, la enciende y recorre lentamente los primeros metros de la calle. No ha avanzado ni una cuadra cuando un perro callejero se le acerca: mueve la cola, la ha reconocido. Sin bajarse del vehículo, ella le hace algunas caricias, después acelera un poco y continúa su camino.

Escenas similares son parte de un día normal en la vida de Paloma. La mujer de 50 años llegó a Malinalco hace más de 25, atraída por la tranquilidad del hoy Pueblo Mágico. Sin embargo, no fue la zona turística lo que más llamó su atención, sino el gran número de perros callejeros o maltratados que había en el municipio.

“Si ven a un tipo en la calle pegándole a un niño, todos se van a parar y le van a decir—oye, ¿qué te pasa?—, pero con los perros no: ellos son los más indefensos. También los gatos, los caballos, pero no me puedo ir a pelear con todo el mundo. Los caballos, como les sirven de algo para trabajar, no los maltratan tanto”.

Paloma viste de playera, pants y tenis. Su cabello, corto, rizado y con algunas canas, está sujeto por una diadema. Sus ojos son pequeños, color café oscuro; alrededor de ellos hay algunas arrugas. Frunce el entrecejo y eleva la voz al hablar del maltrato a los perros. Decidida a hacer algo para combatir la situación, desde que radica en Malinalco se ha vuelto la voz de estos animales, promoviendo mejores condiciones de vida para ellos.

Paloma acude a la oficina de David Salinas, veterinario encargado de la jurisdicción sanitaria en el Programa de Salud Pública de Tenancingo; Malinalco es una de las comunidades que abarca dicho programa. La visita, organizada por Paloma, fue para recibir los medicamentos para la campaña de esterilización correspondiente a este mes.

“Me gustaría tener a una Paloma en cada municipio, porque lo más importante es cuidar de los animales y ella lo hace”, dice Salinas. “Convence a la gente de participar y consigue los medicamentos; si no hay donaciones, ella los compra. Cada tres años hay una nueva administración, y ella hace que se sigan realizando las campañas, a veces poniendo de sus propios recursos”.

Celia, amiga de Paloma desde hace 28 años, dice que ella es una mujer muy apasionada, con un amor enorme por los animales, en especial los perros. “Da todo por ellos. Se ha ganado el respeto de la gente”, dice Cecilia. “Las personas van con ella como si fuera la veterinaria”.

Cuando Paloma llega a su hogar, abre la reja que separa la entrada y el patio. Inmediatamente diez perros la rodean y tratan de llamar su atención entre brincos y ladridos; otros 30 corren y juegan en el resto del terreno; 15 más están dentro de la casa, el patio trasero o la azotea. La mayoría fueron rescatados, enfermos, maltratados o desnutridos, no sólo de la calle sino también del abandono o de casas donde se les desatendía, pero ahora, esterilizados, vacunados y desparasitados, están listos para ser colocados en un hogar. “El mes pasado di cinco en adopción”, dice Paloma, sonriendo.

Su prioridad, comenta, “es el respeto a los perros, tratar que la gente entienda la importancia de esterilizarlos y de tratarlos bien”. Con mi trabajo quiero lograr que haya dueños responsables, que se hagan cargo de sus perros y los traten bien; que no se llenen de animales sólo porque los compraron o el niño los quiso”.

Un cachorro brinca hacia las piernas de Paloma, quien finge verlo con severidad. Después de unos segundos, le sonríe, lo toma por las patitas delanteras, y lo levanta suavemente. Mientras lo carga, el perrito no para de mover la cola, y ella deja que le lama la mejilla un par de veces. Cuando lo baja, otro se le acerca y, ella, riendo, lo levanta también. Cuando quiere llamarle la atención a uno de los perros, levanta la voz y se dirige al animal por su nombre; nunca le pega.

En todas las habitaciones de su casa, una construcción de dos pisos rodeada por plantas, se ve pelo en el suelo, pegado a las telas y flotando en el aire. Los perros entran y salen libremente durante el día. Aunque Paloma mantiene el lugar limpio, el aroma de los perros está en todas partes.

Vodka, Kobalstky, Tomasina, Balazo, Coyote, Ratón, Jack, Scar, Bambi y Jajalpa son algunos de los 55 nombres que Paloma sabe de memoria. También conoce la historia de cada uno. “El primer perro que rescaté fue Pinolillo. A su mamá la golpearon y tuve que sacrificarla porque quedó completamente ciega. Él quedó solo en un terreno y yo le llevaba de comer. Lo habían golpeado y tenía una pata trasera fracturada, con el hueso completamente expuesto, pero por la misma agresión que había sufrido no se dejaba agarrar, hasta que pudimos y tuvimos que amputarle la pata”.

Actualmente, Pinolillo y otros tres perros—Palomita, Bruno y Meca—viven en un terreno que un amigo de Paloma está vendiendo, en parte para cuidarlo y, en parte porque, dice ella, “son muy territoriales, entonces no puedo tenerlos con los demás perros en mi casa”.

“No tenemos el dinero para mantener a tanto perro, pero sí tenemos los perros”, dice Roberto, su pareja, con ironía. Comenta que la mayoría de las pláticas con Paloma son acerca los perros, y las discusiones son por la falta de recursos para alimentar y vacunar a todos, y las deudas que les han generado. “Vivir con ella es una locura”, agrega, sonriendo con sarcasmo.

Fernanda, su hija, también se siente involucrada con los perros. “Mi papá, al igual que yo, le ha dicho que tenga un límite, pero ella no puede ver un perro maltratado y no hacer nada”.

En una ocasión, Paloma tuvo que reflexionar sobre cómo se estaba entregando a esta causa. Cuando Fernanda tenía cinco años, la familia viajaba en carretera y vieron una perra echada en medio de los carriles. “No la habían atropellado, entonces dijimos—no la podemos dejar ahí—’’. Paloma y Roberto bajaron del auto, después de decirle a la niña que se quedara allí mientras ellos rescataban a la perra. Mutuamente se cuidaban del tráfico, y se hacían advertencias sobre la velocidad de los coches. A Paloma le preocupaba que la perra se escapara cuando Roberto intentara ponerle la correa, pero ocurrió lo contrario: el animalito se dejó llevar dócilmente.

De repente, Fernanda apareció a lado de su madre en la carretera, y le preguntó si lo habían logrado. La mirada de Paloma se desvía mientras recuerda la escena. Sonríe con resignación. “Mi esposo y yo nos volteamos a ver y dijimos—¡qué pendejos!—pudimos cambiar la vida de una hija por la de un perro. Fue un golpe duro”.

Eso no la frenó, porque dice, “el agradecimiento que te da un perro es increíble. Dan la vida por ti, cosa que los de dos patas rara vez hacen”.

“Además de alimentar a los perros de aquí, luego va por la calle con su bolsa de croquetas y les da de comer a los que se encuentra”, dice Roberto.

Para Paloma, siempre hay una forma de salir adelante. “Gasto más de lo que gano, pero nunca me he quedado sin dinero”, comenta. “Cuando he estado a punto de, siempre aparece alguien, algún angelito, y me dice—ten, esto es para los perros—”. Ella tiene un pequeño negocio de fumigación y los fines de semana vende joyería, para poder reunir los 280 pesos que cuesta el costal de croquetas de 25 kilos más económico, y que sólo le alcanza para un día. A pesar de ello, Roberto dice que los perros “nunca se han quedado sin comer”.

“Un amigo mío me ayuda posteando en Facebook información sobre las esterilizaciones; algunos mandan correos para pedir donaciones, alguien más tiene una revista donde mostramos lo que hacemos. Hay muchas personas involucradas que ayudan haciendo pequeñas cosas”, dice Paloma. “A la mayoría de mis amigos le gustan los perros, y les ayudan de alguna manera. Si alguien me dice—no me gustan los perros—no me interesa, como que no tenemos mucho en común”, ríe.

“Poco a poco la gente está entendiendo que es mejor adoptar y esterilizar que comprar”, dice Fernanda. En palabras de Roberto, “sigue habiendo perros en las calles, pero no tantos ni en tan malas condiciones”.
Todos los días, al regresar de trabajar, Paloma dedica su tiempo a los perros, más que a salir. “Es lo que más me gusta, estar con ellos. Siempre están contigo, siempre están contentos. Por eso les dicen—el mejor amigo del hombre—”, afirma sonriente.
“Voy a seguir haciendo esto. Voy a seguir trabajando por que haya más esterilizaciones y la gente sea más consciente. Deseo que Malinalco sea el ejemplo de algo que puede ser la solución, de algo más grande.”