Grandes ambiciones, grandes satisfacciones

Por Lenin Martell

Junio 22, 2013: Tenancingo, México.

Es sábado por la madrugada en el ‘Café Latte’, el lugar parece ser uno de los centros de reunión social de Tenancingo. Grupos de jóvenes empiezan a llegar para conversar y divertirse. Mis alumnos ocupan varias de las mesas, tienen los audífonos puestos y no paran de trabajar, a pesar que nos tenemos que levantar a las 6 a.m. Y ya es domingo. Se han trasladado ahí en busca de una conexión de internet más veloz. Todavía tienen dos días para terminar sus proyectos, pero la disciplina los conduce a mejorar sus artículos y perfeccionar sus videos y fotografías. El compromiso y capacidad que muestran nos deja perplejos a los profesores del curso. Esta experiencia académica se ha convertido en uno de los mayores logros de nuestras carreras.

En junio pasado, tres profesores nos aventuramos a enseñar el curso ‘Periodismo narrativo’ a alumnos de la Escuela Mayborn de Periodismo de la Universidad del Norte de Texas (UNT), y a estudiantes de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, y de la Facultad de Lenguas de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM). Nuestra base fue el Centro Universitario Tenancingo de la UAEM.

La travesía inició justo un año antes, en mayo de 2012. Me citaron a una reunión, en Toluca, donde participarían algunos profesores de la UNT. Inmediatamente pudimos lograr acuerdos: se trataba de enseñar un curso de Periodismo narrativo en el campus de Tenancingo. Sería impartido por dos profesores estadounidenses y uno mexicano. Se seleccionarían a alumnos de licenciatura y posgrado de la UNT y de la licenciatura en Comunicación de la UAEM como periodistas; los estudiantes de la Facultad de Lenguas fungirían como traductores. Era un tipo de curso que había buscado enseñar desde hace años; consideraba que ésta era la nueva forma de educar en el siglo XXI.

El periodismo narrativo o de no ficción es una manera innovadora de escribir la historia contemporánea, contando relatos cotidianos de las personas y usando técnicas literarias; su objetivo es entender realidades complejas por medio de las experiencias de la gente y no a partir de lo que un funcionario o personalidad ‘importante’ proclama.

Desde hace tiempo he pensando que el periodismo narrativo es necesario para ayudar a entender los grandes problemas en México y en el mundo, como pobreza, desempleo, injusticia, desigualdad y crimen organizado. En nuestro país, hay poca tradición de este tipo de escritura; de hecho en la UAEM no existe un sólo curso al respecto; por esta razón, el proyecto con la UNT me entusiasma todavía más.

A las tres semanas, el 4 de junio de 2012, estaba en la UNT—listo para planear este curso al lado de mi colega Thorne Anderson. Teníamos primero que conocer los recursos humanos y materiales con los que contábamos. Ese verano di clases en el departamento de Radio, Televisión y Cine de la UNT, lo cual me ayudó a comprender mejor las cualidades con la que los estudiantes texanos tenían para embarcarse en una experiencia internacional.

Trabajamos, durante casi un año, hasta mayo de 2013; los correos iban y venían con preguntas que parecían imposibles de responder; las llamas telefónicas eran frecuentes. Manuel Garduño, director de la oficina de enlace de la UNT-UAEM, iba disipando cada uno de los cuestionamientos. En este curso, se decidió incluir a un editor-periodista. Cuando supe que Thorne había invitado también como profesor al editor de la edición dominical del periódico ‘Dallas Morning News’, Tom Huang, me dio mucha alegría. Había conocido a Tom en julio de 2010, año en que tomé un taller de Ensayo narrativo con él.

Tom sabe observar y escuchar detenidamente; tiene la gran cualidad de ser analítico y didáctico; sus fuertes cuestionamientos ofrecen retroalimentación eficaz. Imparte cursos de periodismo en el prestigioso Poynter Institute en Florida, y es considerado uno de los mejores editores del país.

Desde ciudad Universitaria, teníamos que obtener algunos recursos materiales. La Dirección de la Facultad de Lenguas, de Ciencias Políticas, la Secretaría de Investigación y del Centro Universitario de Tenancingo tuvieron la entereza para contribuir a que este curso internacional se llevara a cabo. Tanto en el equipo texano como mexiquense se respiraba un gran ambiente de profesionalismo y voluntad. En pocas ocasiones de mi carrera profesional había percibido tal entusiasmo.

Para reclutar a estudiantes, diseñé un curso sobre Periodismo narrativo con el fin de introducirlos a este género de periodismo, el cual no es parte del currículum de estudio. Otros participantes eran colaboradores del Centro de Escritura en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Para junio, los estudiantes ya tenían las bases principales, y así viajamos al sur del estado.

El curso inició el 4 de junio. Había mucha expectativa tanto de profesores como de alumnos; el reto requería una gran capacidad para ir resolviendo problemas sobre la marcha. Por más que habíamos hecho una planeación, los universos culturales de nuestros alumnos eran muy diferentes, el proyecto era una nueva experiencia para todos y, por consiguiente, no habíamos tomado en cuenta algunas cuestiones de logística.

La primera semana consistió en un entrenamiento intensivo. Las sesiones diarias se dividieron en tres partes: Tom se avocó a profundizar sobre la estructura de las historias narrativas desde la perspectiva de un escritor; Thorne lo hizo desde la narrativa de los multimedia; yo enseñé aspectos de la historia cultural de México para que los alumnos pudieran estar mejor informados para proponer mejores historias. Por las mañanas, teníamos teoría; por las tardes, los alumnos hacían investigación en Tenancingo para encontrar personajes interesantes para sus reportajes. Los periodistas multimedia (video y fotografía), los escritores y traductores conformaron equipos de seis integrantes para realizar principalmente ejercicios de observación. Por las tardes, de regreso en el campus, teníamos sesiones de crítica con los equipos. El trabajo era arduo, aproximadamente de 12 horas diarias para los alumnos y 15 para los profesores. Pero nadie se quejaba, todos estábamos dispuestos a aprender y ayudar a los demás. La motivación en el grupo fue creciendo y los alumnos iban incorporando los conocimientos rápidamente.

No obstante, las diferencias se hicieron notar. Los alumnos texanos eran más estructurados, mostraban mayor disciplina, puntualidad, capacidad de trabajo y confianza en sí mismos. Los mexicanos, por su parte, poseían mayor habilidad para internarse en la escena local y resolver problemas de forma creativa y espontánea. Reconocer las distinciones nos permitió a los instructores trabajar más de cerca con los estudiantes y asesorarlos en forma individual. La comunicación y la retroalimentación fueron fundamentales para que pudieran seguir adelante con sus trabajos.

Durante las dos semanas siguientes, los alumnos estaban listos para trabajar en sus historias en Tenancingo y Malinalco. Se fueron a vivir a casas de familias voluntarias en ambas localidades. Aunque hubo reticencia por parte de algunos para emprender esta experiencia, el calor de la hospitalidad de los anfitriones desvaneció cualquier miedo por parte de los estudiantes. En efecto, el respaldo de las familias fue inminente para motivarlos más.

La última semana regresaron al campus de Tenancingo para trabajar en la edición de sus proyectos; en la mayoría de los casos, el material todavía tenía que mejorarse. Para muchos fue una semana de desvelo. Pero, algo era cierto, los alumnos iban creciendo a la par que iban aprendiendo de sus historias. Karen Dávila, quien estaba escribiendo sobre la vida de una familia con muchas carencias económicas, decía al respecto: “Muchas veces nos quejamos de cómo es nuestra vida y no nos damos cuenta que hay gente que está peor”.

El curso terminó el 26 de junio. Cuando me despedí de cada uno de ellos, percibí que no sólo habían aprendido a contar historias, sino que se habían transformado como individuos. Su autoestima había aumentado; habían adquirido habilidades para ser profesionales más competitivos, más disciplinados y trabajar en un ambiente internacional. Belém Ortiz—quien investigó sobre la vida de una mujer cuya misión era rescatar a perros callejeros en Malinalco—confirmó lo anterior al decir: “Es mi primer experiencia en periodismo narrativo, y me cambió la vida; no sólo por el compromiso que implicó el proyecto, sino por el que me toca asumir en todo aspecto a raíz de él. Trabajar con las personas de esa manera es lo que quiero hacer el resto de mi vida”.

En Tenancingo, Tom, Thorne y yo vimos cristalizados muchos de nuestros sueños como docentes y periodistas. Nacieron nuevos proyectos académicos internacionales, hicimos gran amistad. Sobre todo, fue un ejercicio donde confirmamos que, un proyecto académico bien diseñado, puede transformar rápidamente a jóvenes en el siglo XXI. Se requiere mucho esfuerzo, pero es una gran satisfacción.