Encontrándome en México

Por Samantha Guzman

5 de junio

Llevo dos días en México y aún no he dormido. Hoy conocimos a nuestros compañeros mexicanos y me he sorprendido de lo bueno que es mi español, pues soy la “gringa” de mi familia dominicana y pocas veces hablo español con ellos.

La mayoría de mis primos tienen fluidez; mis abuelos no hablan inglés y las frases que en ocasiones dice mi papá tampoco se parecen mucho al inglés.

Entiendo español casi a la perfección pero hablarlo siempre me avergüenza. Mi familia expresa amor entre bromas y no podría decir una palabra sin que alguien se riera o me criticara.

En los últimos años he estado en el proceso de auto-descubrimiento porque quiero entender mejor mi herencia latina. Ambas culturas son diferentes de muchas formas, sin embargo encuentro bastante de mí misma en las mujeres de aquí. Conocí a una joven de 20 años que tiene un pequeño puesto de condimentos para alimento; me contó que su prima, solo unos años mayor que ella, es dueña de un restaurante popular en la ciudad. Admiro a estas mujeres y espero que México me haga tan fuerte como ellas.


Samantha Guzmán toma fotos del paisaje mientras caminando por una colina en Malinalco.

Samantha Guzmán toma fotos del paisaje mientras camina por una colina en Malinalco. Foto: Morty Ortega


6 de junio

Hay una estatua enorme en Tenancingo que se puede ver casi desde cualquier parte del pueblo, se encuentra sobre un cerro. Después de pasear con mi equipo ayer, supe que se llamaba Cristo Rey.

Tomamos un taxi a “La Plaza”, el centro de Tenancingo, y preguntamos cómo llegar a Cristo Rey. Cada persona a la que le preguntamos, levantaba su dedo y señalaba hacia el cielo—tienes que subir ahí—decían. Al ser jóvenes, y también un poco ingenuos, comenzamos a subir el cerro. Cada que subíamos un escalón, nos esperaba otro más empinado hasta que nos rendimos y abordamos un taxi.

Al llegar, sólo encontramos a un hombre y a su familia. El vive ahí y limpia la estatua por 600 pesos mensuales, apenas lo necesario para mantener a su familia. Saque mi cámara y comencé a tomar fotos. El tenía una historia interesante y de muchas maneras trágica así que planeamos volver mañana para seguir hablando con él.

Así es el periodismo: encuentras las mejores historias cuando no las estás buscando.

8 de junio

Como a las dos de la tarde, me encontraba nuevamente arriba del cerro con Don Erasmo. Ayer, jugué con sus nietas, son muy inteligentes; hoy, él las vigilaba mientras corrían en el cerro. Sus padres estaban abajo lavando ropa.

Seguí a las niñas cuando bajaron corriendo las escaleras de concreto para reunirse con sus padres. Me quedé atrás para observar y de pronto la niña menor empezó a llorar porque su mamá no la peinó como ella quería. Después de un rato que parecieron horas, se quedó dormida. Su papá la cargó entre sus brazos, la llevó a un rincón y la recostó en una cobija, ella parecía una muñequita con vestido rojo. Pude ver en los ojos del padre lo mucho que amaba a su hija.

10 de junio

Don Erasmo fue al doctor por lo que hablamos con su hijo Geraldo durante dos horas.

En un momento le pregunté si creía que tenía la responsabilidad de cuidar a su padre y me dijo que no era una responsabilidad porque estaba agradecido de tenerlo en su vida pues su padre había hecho tanto por él que lo cuidaba con gusto. Yo siento la misma gratitud hacia mis padres. Él sueña con algún día tener una casa grande donde todos sus hijos tengan su propio cuarto, me pregunto si mis padres deseaban lo mismo cuando yo era niña.

Mi famila vivió en la unidad habitacional Vladeck en el barrio Lower East Side de Manhattan hasta que cumplí ocho años. Mi hermano y yo compartimos una litera hasta que él llegó a la adolescencia y desde entonces hemos recorrido un largo camino. Ahora mis padres tienen una casa de dos pisos en Grand Prairie, Texas.

Geraldo habla de Estados Unidos como si fuera un lugar muy lejano que nunca va a conocer, quisiera saber si mis padres pensaban lo mismo. Ahora que estoy tan lejos de ellos me siento, de algún modo, más cercana a como debieron sentirse en esos días.

12 de junio

A veces las mejores conversaciones surgen de las cosas más simples. Sin tener en mente nada interesante que decir, me acordé de la lluvia de ayer por la mañana.

Le pregunté a Geraldo si tenía que bajar durante la tormenta, se rió y me dijo que no. Ayer llegó tarde a su trabajo a causa de la lluvia y le conté lo mucho que la odiaba. Me miró de forma pensativa: –no, la lluvia es hermosa—me dijo –A veces cuando llego del trabajo, me encanta subir el cerro mientras llueve–. Lo miré un poco confundida y me explicó que la lluvia lo limpiaba, que le quitaba todas sus preocupaciones y me pidió que recordara cuando era niña y bailaba y jugaba bajo la lluvia.

Pensé que quizá la lluvia me pudo haber limpiado la vergüenza en el pasado. Cuando era niña me sentía muy diferente de la gente a mi alrededor. Crecí en un pueblo de Texas donde, si había otros dominicanos, eran de mi familia. Sentía que nadie me comprendía porque no era ni lo bastante hispana para mi familia ni lo bastante estadounidense para los niños blancos que iban en mi escuela, y los años siguientes me esforcé muchísimo por ser estadounidense, planchando mi necio cabello chino todas las mañanas y olvidándome del español que cuando era niña hablaba con fluidez.

En la escuela conocí el periodismo, fue un llamado. Podría dedicar mi vida a contar historias de la gente común y hacerla sentir especial. Ojalá que en mi niñez alguien hubiera hecho eso por mí.

14 de Junio

Don Erasmo es verdaderamente un hombre evasivo.

Contesta a todas las preguntas de una forma filosófica, incluso a las más simples. De algún modo siento que estoy en la estructura del arco narrativo, es toda una aventura y actualmente me encuentro en el punto más alto de tensión, me siento frustrada, confundida y preocupada porque las piezas de mi historia se encuentran muy dispersas. Escucho la entrevista una y otra vez, al igual que miro lo que he filmado y aún no puedo entenderla, estoy desesperada por encontrar la solución.

16 de junio

Después tres horas de viaje en autobús llegué a Teotihuacán. Las pirámides son asombrosas, me sorprendió el tamaño de la ciudad, es simplemente increíble. Me estoy enamorando de mis compañeros mexicanos, juntos escalamos las pirámides del Sol y la Luna y cuando llegamos a la parte más alta de la pirámide de la Luna, nos tomamos fotos saltando estáticos en el aire, estoy segura de que parecíamos unos locos para el resto de la gente pero a ninguno de nosotros le importó porque nos la estábamos pasando muy bien. Todo el día me reí tanto que mis mejillas dolían al sonreír. Después de almorzar tarde, todos nos quedamos dormidos en el autobús. Brincar arriba de las pirámides puede ser agotador.


Sharie, Gloria, Cris, Jason, Samantha y Lenin brincan en la parte superior de la pirámide de la Luna en Teotihuacan, México. Foto: Morty Ortega

Sharie, Gloria, Cris, Jason, Samantha y Lenin brincan en la parte superior de la pirámide de la Luna en Teotihuacan, México. Foto: Morty Ortega


17 de junio

Partículas de polvo caían lentamente a través de la luz que entraba por la ventana, era mágico. Por fin logré entrar al Cristo Rey; Don Erasmo estaba reparando unas tuberías de plástico que filtran el agua de lluvia al interior de la estatua. Dentro del Cristo todo parece un laberinto: pasillos estrechos que llevaban a cuartos secretos y pisos conectados a través de frágiles escaleras de madera. Mi corazón latía al subir porque la escalera temblaba con cada paso que daba.
Don Erasmo se movía con rapidez. Los objetos dentro del Cristo estaban tirados por doquier pero Don Erasmo tenía perfecto control de las cosas.

Me dio gusto verlo trabajar al fin y comprendí lo que es gran parte de su vida, cabe mencionar que al interior la luz era hermosa. Todo el tiempo él estuvo en silencio respetando mi trabajo y yo el suyo; después su esposa le ayudó a lavarse las manos y me quedé observando mientras desayunaban juntos, por primera vez sentí que me aceptaban, fue un progreso.
Más tarde bajé el cerro junto con su esposa que iba a hacer un pago de un préstamo. Me contó de su infancia: creció en un rancho en Villa Guerrero, cerca de Tenancingo, su familia trabajó duro y su mamá le aseguró que gracias al rancho jamás pasarían hambre. Su arrugada piel y canoso cabello me dicen que han pasado muchas cosas en su vida desde entonces. Solo tiene 55 años pero se ve mucho mayor.

Me confesó que en ocasiones se siente tan estresada que no tiene deseos de levantarse en las mañanas, le dije que no podía creer que viviéramos en un mundo donde algunos tienen tanto y otros muy poco.
Ella afirmó con su cabeza y me dijo: «Pero a otras personas les gustaría vivir como yo, conozco familias que tienen ocho niños y solo comen una vez al día». Tenía razón. Me sorprendo a diario del optimismo que tiene esta familia. ¿Cómo pueden pasarle tantas cosas a un ser humano y aun así conservar la esperanza?

21 de junio

Don Erasmo estuvo barriendo toda la mañana. Se encontraba de pie con la escoba en la mano y su esposa a un lado. Me di cuenta de que llegué en un momento sentimental. En los últimos dos meses, Don Erasmo no había recibido el pago por limpiar la estatua, dice que el municipio acababa de cambiar de administración y se han rehusado a pagarle por su trabajo y después de exigirlo por tanto tiempo, Don Erasmo recibió una carta donde le informaban que no le pagarían.

Su esposa tenía lágrimas en los ojos y volteó su rostro para que Karen, mi compañera de México y yo, no la viéramos llorar. –No te preocupes, no te pongas triste—le dijo Don Erasmo a su esposa.—Esto no significa que el mundo se va a acabar—y le pidió que se metiera a la casa.

–Verla llorar me duele justo aquí—dijo él poniendo su mano en el corazón. Fue la primera vez que demostró su afecto hacia ella. Con toda su tristeza, fui testigo de un momento maravilloso.

Una hora después nos estábamos despidiendo. Don Erasmo me había contado con anterioridad de todos los periodistas que iban al Cristo—Vienen, hacen sus historias y no pasa nada—dijo. Espero que el haber convivido casi tres semanas con él, le hayan hecho pensar que soy diferente. Le extendí la mano y le agradecí una vez más por dejarme entrar en su vida, él estrechó mi mano y me deseó un futuro brillante.

No fue mucho pero me di cuenta de que le importó, pude ver en sus ojos que le entristecía nuestra partida y por un breve momento pude sentir su soledad.


El monumento de Cristo Rey

El monumento de Cristo Rey. Foto: Samantha Guzman


22 de junio
Todos fuimos a la casa de los padres de Mateo a cenar y después comenzamos a bailar de manera espontánea. Lenin y yo nos turnamos para seleccionar las canciones, bailamos de todo desde Bachata hasta Techno-Tango. Estábamos todos apretados en la sala de Mateo y chocar unos con otros hizo que todo fuera más divertido.
El baile asustó a muchos de los estudiantes estadounidenses. Thorne bromeaba, es muy raro para los estadounidenses bailar muy cerca unos de otros y con tanta luz. Los estudiantes mexicanos eran diferentes, siempre dispuestos a tratar algo nuevo, no les importaba si no sabían bailar, hacían el intento de todos modos. Carlos es muy chistoso, nunca deja de sonreír, Jahaziel es tímido pero hace el intento y Erika es muy segura, le gusta mucho bailar.
Me encantó que pude conocer la personalidad de cada uno de mis compañeros mexicanos, me encantó que fueran desinhibidos y me encantó la libertad que sentí estando con ellos sentía que podía hacer cualquier cosa.

24 de junio

No puedo creer que sea hora de irme. Hubo momentos cuando compartía el asiento delantero de un taxi en los que por un segundo sentía que vivía ahí, sentía que México era mi casa, nunca pensé que podría cambiar tanto en tan poco tiempo. Extrañaré la libertad de tomar un taxi donde yo quiera, extrañaré comprar tacos en la calle, extrañaré subir el cerro y ver a Don Erasmo, extrañaré a mi familia mexicana, extrañaré lo que siento aquí.

México me regresó la confianza. Soy latina, sobreviví en un país hispano hablante y mejor aún, me enamore de México. Recibí con los brazos abiertos a la gente y a su cultura y ellos hicieron lo mismo conmigo.

25 de junio

En nuestra cena de despedida cada estudiante hizo un brindis por su experiencia en México. Cuando llegó mi turno me levanté, dije tres palabras y empecé a llorar. Cuando miré alrededor de la mesa, sabía que había hecho una conexión especial con cada uno ¿Cómo pude unirme tanto y tan rápido a estas personas?

–Cada uno de ustedes tendrá un lugar especial en mi corazón. Todos ustedes han cambiado mi vida para siempre—les dije. Casi todos tenían lágrimas en los ojos al hablar, había mucho amor en ese lugar.

Escuchar a estudiantes estadounidenses y mexicanos decir que tuve un impacto en sus vidas me hizo sentir fuerte y valorada. A veces lucho conmigo misma para sentirme así y es bonito saber que otros creen en ti incluso cuando tú no crees en ti mismo.

26 de junio

Llegó el momento en el que todos teníamos que decirnos adiós. Pensé que no podría llorar porque ya había llorado bastante la noche anterior pero estaba equivocada, cada que abrazaba a un estudiante, las lágrimas salían de mis ojos.

Me subí a la camioneta y traté de no mirar hacia la derecha. Por la ventana estaban todas aquellas increíbles personas que dejaba atrás. Estaba sentada a lado de Jun cuando Carlos entró a la camioneta y lo abrazó con lágrimas en sus ojos.

–Te voy a extrañar Jun—le dijo. Carlos siempre estaba alegre y verlo en ese momento me hizo llorar de nuevo.
Jun nos dio pañuelos a todos nosotros. En la camioneta, todos llorábamos mientras nos alejábamos.

–¿Por qué el periodismo tiene que ser tan asombroso?—dijo Jason y todos reímos, sabíamos que era verdad. Me quedé despierta todo el trayecto al aeropuerto, no quería perderme ni un segundo. Quería guardar en mi mente el recuerdo de México ante mis ojos, quería conservar para siempre el sentimiento de haber estado ahí

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Cuando llegué a mi casa traté de explicarles a mis padres cuanto había cambiado. Su única preocupación era que yo no hubiera extrañado estar en casa, creo que se preocupaban de que yo quisiera volver a México y quedarme a vivir ahí. Quizá tengan razón en preocuparse.

Finalmente, pude conversar con mi mamá—Jamás había entendido quién soy, tú creciste en un país latinoamericano, entiendes tu cultura, en cambio a mí me han dicho toda mi vida como ser dominicana o estadounidense—le dije—México me ayudó a comprender como ser yo misma. Pude conocer mi herencia latina a mi modo y siempre estaré agradecida por eso–.

Me miró y sonrió—Tienes razón, era lo que necesitabas–.


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