El Salto

Escrita y fotografiada por Alex Scott

Luis abrió la mueblería en la calle de Hidalgo en Tenancingo. Hidalgo fue su momento la avenida principal del pueblo, razón a laque Luis atribuyeel declive de su negocio de sillas.

Luis abrió la mueblería en la calle de Hidalgo en Tenancingo. Hidalgo fue su momento la avenida principal del pueblo, razón a laque Luis atribuyeel declive de su negocio de sillas.


Luis Gallegos viste camisa a cuadros y sombrero de pana; se sienta para comenzar su parte favorita en la elaboración de las sillas. Bajo la luz que ilumina el patio que separa la tienda del taller, Luis pinta flores en las sillas ya teñidas. Sus pincelazos son rápidos y con determinación, como los de su padre cuando abrió la mueblería hace ya casi 60 años.

Desde que se construyó la autopista, la tienda ha sufrido los cambios económicos de México que han provocado que otras mueblerías tradicionales—las cuales siempre habían sido fuente de industria en Tenancingo—desaparezcan del pueblo. Luis explica que hay más de 20 mueblerías en Tenancingo de estilo colonial y rústico así como de muebles modernos y económicos. La industria de la floricultura ha tomado el primer puesto tanto en la economía como en la topografía del pueblo y áreas circunvecinas. No obstante, al mismo tiempo que la mueblería ha resistido los tiempos de crisis, Luis ha tenido que superar pruebas mucho más difíciles en nombre de la tradición.


Luis sigue usando las medidas exactas que su padre usaba para hacer los muebles, Mucha gente atañe a Luis a su padre con sus sillasde madera tallada por manos expertas y asientos tejidos con hojas de palmael prestigio que goza Tenancingo.

Luis sigue usando las medidas exactas que su padre usaba para hacer los muebles, Mucha gente atañe a Luis a su padre con sus sillasde madera tallada por manos expertas y asientos tejidos con hojas de palmael prestigio que goza Tenancingo.


El padre de Luis comenzó a hacer sillas en la calle Hidalgo 402, hace casi sesenta años, cuando la madera era barata y abundante; en ese entonces los muebles hechos a mano tenían gran demanda.

“Algunas personas vienen con los muebles que hizo mi papá, y quieren que se los arregle”, dice Luis. “Tienen 50 años y todavía resisten”.

El padre de Luis, Gregorio, tenía buena reputación en todo el pueblo y era reconocido por la calidad de sus sillas y el trabajo que podía ofrecer a otros habitantes. Dado que las sillas se vendían muy bien, Gregorio continuó expandiendo su negocio hasta llegar a tener 20 empleados, un taller enorme y ser dueño de toda la cuadra. Muchos atribuyen el éxito del Señor Gregorio Gallegos al diseño perfecto de las sillas y al complejo tejido que es imitado, pero no igualado, en Tenancingo.

“El señor Gallegos le ha dado mucho prestigio a Tenancingo en todo el país y en el extranjero”, cuenta Aurora, dueña de un hotel y amiga de Luis. Sus muebles se pueden encontrar hasta en algunos restaurantes y hoteles de Cancún. “Él es un gran artesano de quien estamos orgullosos”.

Luis aprendió estas habilidades observando a su padre, y después comenzó a trabajar en la mueblería desde muy joven. Tenía unos 15 cuando empezó a trabajar por placer. Primero aprendió a pintar las flores, un dibujo replicado de manera tan precisa que podría ser una marca registrada. Al ver a su padre y a los trabajadores, Luis aprendió a tallar la madera y unir las piezas. Cada medida que su padre diseñaba debía ser exacta. A pesar de la crítica de algunos de sus clientes, de gusto contemporáneo, sobre algunos de sus modelos, Luis se niega a cambiar algo. Su hija, Aurora, recuerda al padre de Luis como ganador de diferentes premios por sus sillas y mesas. Incluso, una de ellas fue exhibida en una pintura premiada de un artista local. Se trata de una pintura de naturaleza muerta y una tela que cubre una silla que fácilmente se puede identificar por su diseño de flores. Aurora dice que una de sus mesas se encuentra en el museo Casa Azul de Frida Kahlo, aunque su esposa, Eustoquia, no conoce esa historia.


En sus mejores tiempos, el padre de Luis tenía en la mueblería 20 trabajadores, un almacén y era dueño de la mayoría de la cuadra de Hidalgo. Ahora, Luis tiene solamente 4 empleados. Entre ellos a su hijo Fernando, y sólo produce y vende una pequeña parte de lo que su padre hacía.

En sus mejores tiempos, el padre de Luis tenía en la mueblería 20 trabajadores, un almacén y era dueño de la mayoría de la cuadra de Hidalgo. Ahora, Luis tiene solamente 4 empleados. Entre ellos a su hijo Fernando, y sólo produce y vende una pequeña parte de lo que su padre hacía.


La mueblería era más reconocida con Gregorio al frente; sin embargo, la vida de Luis se llenó de tragedia. Su padre murió de cáncer cuando Luis tenía sólo 12 años. Su madre continuó el negocio con los trabajadores. Luis y sus cinco hermanos ayudaron como pudieron. Cuando Luis se hizo adulto, la novia, con quien pronto se casaría, murió en un accidente automovilístico. Luis continuó trabajando en la tienda, pero rentó su propio departamento lejos de la familia; se le conocía por beber alcohol y ausentarse por largos periodos de tiempo.

Conoció a su futura esposa y poco tiempo después comenzó a reestablecerse. Mientras la responsabilidad de Luis en la mueblería era cada vez mayor, su hermano menor falleció en un accidente automovilístico cuando tenía 18 años.
“Mi hermano Poncho murió muy joven, tenía apenas 18. Cuando la gente grande muere está bien, pero cuando alguien joven muere, se siente feo, lo extrañábamos mucho”, dice Luis.

Él y su hermano Gregorio “Goyo” tomaron la decisión de seguir administrando la mueblería juntos de la misma manera y con los mismos trabajadores que su padre. Sin embargo, el acuerdo tenía anomalías: a cada uno le correspondía la mitad de la mueblería y de la madera, así como el empleo de la mitad de los 20 trabajadores.

“Cuando mi hermano y yo nos asociamos, él se llevó todo”, dice Luis. “De repente no había dinero para darle a mi mamá o para nosotros. Los empleados ya no querían trabajar más”.

Goyo recuerda su relación un poco distinta. Desde su tienda, en Malinalco, a 15 minutos de Tenancingo, recuerda cuando Luis le dijo que quería trabajar de manera independiente. “Él tenía a sus clientes y yo a los míos, pero a veces nos los intercambiábamos”, dice Goyo. “Él quería que me fuera y me corrió”.


Luis pinta las flores de la misma manera que su padre lo hacía, y aunque continúa con la tradición de su padre, Eustoquia dice que el padre de Luis maltrataba a sus hermanos y a él.Ella menciona él encerraba a sus hijos en un ropero por horas cuando se portaban mal, y que tampoco tenían permitido visitar la tumba de su padre.

Luis pinta las flores de la misma manera que su padre lo hacía, y aunque continúa con la tradición de su padre, Eustoquia dice que el padre de Luis maltrataba a sus hermanos y a él.Ella menciona él encerraba a sus hijos en un ropero por horas cuando se portaban mal, y que tampoco tenían permitido visitar la tumba de su padre.


La madre de Luis continuó a la cabeza de la administración de la mueblería, como lo hacía cuando Don Gallegos vivía. Pero el acuerdo no duró mucho. Los hermanos tuvieron que tomar una decisión cuando su madre falleció y el imperio de la silla se redujo a escombros. Los cinco hermanos que quedaban recibieron como herencia una porción equitativa de la mueblería. Las tres hermanas de Luis vendieron o rentaron su parte de la tienda enseguida y trataron de convencer a Luis de hacer lo mismo, para terminar de manera efectiva con el negocio familiar.

“No quería vender este lugar. Su idea era vender todo y dividir el dinero, pero el dinero que me darían no era suficiente”, señala Luis.

El negocio de Luis y Goyo se estaba cayendo. Ya no trabajaban bien juntos y Luis decía que le faltaba madera y material. Goyo malbarataba las sillas y no seguía el orden correcto en que se hacían los pedidos, hasta que Luis lo enfrentó. La solución fue deshacer la sociedad. Goyo decidió dejar el negocio familiar y comenzar uno nuevo en las afueras de Tenancingo.
“Mi hermano se llevó a todos mis trabajadores”, dice Luis. “Se llevó al señor que torneaba las sillas, por ejemplo. Estaba solo con mi hijo, tenía que hacer todo solo”.

Eustoquia recuerda esos tiempos difíciles. Luis pudo contratar tres trabajadores y un nuevo tejedor para continuar con el negocio, pero nunca fue lo mismo. El hermano de Luis era conocido como Goyo Millones por ser espléndido y por sus fiestas y autos ostentosos. Luis, sin embargo, luchaba por mantener a su familia. Sus hermanos se habían llevado el dinero y Luis se había quedado con un negocio en quiebra y un producto que pasaba de moda.

“La demanda disminuye, a los jóvenes ya no le agradan estos muebles, prefieren cosas rústicas”, dice Luis. “Esto es lo que sé hacer, si trato de conseguir otro trabajo, voy a fracasar. Tengo que quedarme aquí, hasta el día que me muera”.

***

La familia Gallegos tiene muchos problemas. El viejo Gallegos, popular en el pueblo, era una amenaza para sus hijos. Luis sólo describe a su padre como un hombre muy trabajador y de mal humor, pero su esposa lo recuerda como una persona muy severa que encerraba a sus hijos en un ropero cuando se enojaba. “Hizo un armario con agujeros pequeños”, dice Eustoquia. [Su mamá] los alimentaba con un popote a través de los hoyos, porque a veces los dejaba encerrados todo el día si no hacían lo que les pedía”.

Ella dice que la crianza de Luis fue lo que lo convirtió en un hombre gruñón y serio la mayor parte del tiempo. Dice que Luis no habla de su padre ni visita su tumba. Pero asegura que es un buen esposo y buen padre. “Él no quiere que nuestros hijos se sientan como lo que él siente por su papá”.

Luis continuó con la tradición familiar, la cual está muy arraigada a los orígenes de Tenancingo. Desde tallar la madera, hasta juntar las piezas, se tejen las hojas de palma y finalmente se pintan las flores. Las sillas hechas en la mueblería El Salto son un símbolo de la artesanía del pueblo.

Luis afirma que la tienda continuará de la misma forma que siempre y, quizá, cuando ya no pueda, se la pasará a sus hijos. “Esto es herencia”, dice. “Primero mi padre trabajó aquí, falleció al igual que mi mamá y mi hermano. Nosotros nos hicimos cargo. Comenzamos hace más de 50 años y aquí seguimos trabajando. Al menos, yo”.

Fernando, el hijo de Luis, asegura que está listo para tomar las riendas del lugar cuando su padre se retire del trabajo, pero Eustoquia no está tan segura. Aunque piensa que su hijo seguirá trabajando en la mueblería, cree que su hija es la indicada para manejar el negocio familiar. Luis, Fernando y Eustoquia aún creen que, a pesar de los cambios en la economía del pueblo, La Mueblería el Salto siempre tendrá un lugar en Tenancingo.

“Seguiré trabajando aquí hasta el final, todo ha valido la pena”, asegura Luis. “Con todo lo bueno y lo malo, valió la pena”.

Investigación adicional por Ethan Healy y Erika Gómez
Interpretación y traducción de Erika Gómez